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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de mayo de 2011

Un entusiasmo excesivo


por el R.P. Terzio

Tomado de su blog Ex Orbe


Del largo pontificado de Juan Pablo II, visto a la distancia de estos cinco años, digo que fue un gran exceso, que casi todo fue excesivo. Como el gasto de una casa que se arruina mientras dilapida en lujos o excentricidades lo que debería emplear en consolidar su economía doméstica. Si nunca me explicaré suficientemente el entusiasmo quasi delirante del Vaticano II y sus participantes, el del pontificado de Juan Pablo II tampoco consigo explicármelo.

Las celebraciones de su beatificación van por el estilo, con excesos. Exceso es un proceso consumado en sólo 5 cinco años. Cinco años en los que, a la vez que avanzaba la causa de beatificación, se iban conociendo cosas que hubieran bastado para detener el proceso, tan precipitadamente incoado. De Juan Pablo II se conocían las mil imágenes archi-publicadas por los medios, fotos, películas, viajes, audiencias. Pero se ignoraban otras cosas, tan grandes en demérito para su pontificado.

Como cierta argumentación a su favor, se nos ha dicho que no se beatifica un pontificado, sino a un hombre, un cristiano cuyo testimonio creyente se juzga ejemplar por todos los que le conocieron. Una abstracción así resulta extraña, separando el ministerio del sujeto, siendo ese ministerio el que le dio notoriedad, en cuya referencia encontraban sus actos un valor específico.
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