por el R.P Alfredo Sáenz, S.J.
La estampa de San Fernando se destaca con relevancia en el marco del glorioso siglo XIII, el siglo de oro de la Cristiandad, que cobijó a personajes como San Alberto Magno, Santo Tomás, San Buenaventura, San Luis, y tantos otros. Su figura, señera en la política de España, es sólo comparable con la de Isabel la Católica.
Cuando nace Fernando, la Iglesia estaba gobernada por Inocencio III, uno de los Papas más insignes de todos los tiempos, que concebía a Europa como un conglomerado de pueblos –la Cristiandad– bajo su tutela espiritual. «Un papa demasiado joven», se murmuró en Roma al ser elegido, en 1198. Tenía entonces 38 años. Pero empuñó el timón de la Iglesia con magnanimidad y señorío, no sujetándose a nada mundano, plenamente consciente de representar como vicario nada menos que al mismo Jesucristo, el Señor, el Emperador supremo. Fue durante su pontificado cuando emergieron las dos grandes Órdenes mendicantes que dieron un nuevo giro al curso de la historia, la iniciada por Francisco de Asís, y la fundada por Domingo de Guzmán.
Esplendoroso, por cierto, aquel siglo XIII, el siglo de las Cruzadas, de las Catedrales, de las Universidades, de las Sumas. El siglo de Fernando.
I. De hijo de Doña Berenguela a Rey de Castilla
No se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento. Según las crónicas de la época, su madre, mujer de Alfonso IX, lo habría dado a luz en pleno monte, entre Zamora y Salamanca. Durante aquellos tiempos tan andariegos, la corte se trasladaba con frecuencia de un lugar a otro. En el transcurso de alguna de aquellas mudanzas vio la luz nuestro Santo. Hay quienes dicen que en 1198, pero lo más seguro es que fue en 1201. Probablemente la comitiva debió aminorar su marcha cuando doña Berenguela, en razón de su gestación ya avanzada, estaba por dar a luz a su hijo Fernando.
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