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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

18 de agosto de 2008

VIII. El infierno


Capítulo VIII del libro El Problema del Dolor

por C.S. Lewis

¿Qué es el mundo, oh soldados?

Soy yo:

Yo, esta incesante nieve,

Este cielo del norte;

Soldados, esta soledad

A través de la cual marchamos

Soy yo.

W. DE LA MARE, Napoleón.



Ricardo ama a Ricardo... Eso es; yo soy yo.

SHAKESPEARE. Ricardo III..


En un capítulo anterior se admitió que el dolor, que por sí solo puede despertar al hombre malvado al conocimiento de que no todo andaba bien, podría también conducir a una rebeldía final y sin arrepentimiento. Y a lo largo de todo el libro se ha admitido que el hombre posee libre albedrío y que, por lo tanto, todos los dones son para él de doble filo. De estas premisas, directamente se desprende que la labor divina de redimir el mundo no puede asegurar el éxito con respecto a cada alma individual. Algunos no serán redimidos. No hay doctrina que eliminaría con mayor gusto del cristianismo que ésta, si ello estuviera en mi poder. Pero tiene todo el respaldo de la Sagrada Escritura v, especialmente, de las propias palabras de Nuestro Señor; siempre ha sido sostenida por la cristiandad, y tiene el respaldo de la razón. Si se juega un juego, tiene que ser posible perderlo. Si la felicidad de una creatura está en el abandono de sí, nadie más que ella misma puede llevarlo a efecto (a pesar de que muchos pueden ayudarle a hacerlo), y puede rehusarse a ello. Pagaría cualquier precio para poder verdaderamente decir "todos se salvarán". Pero mi razón responde, "¿sin su voluntad, o con ella?". Si digo "sin su voluntad", percibo de inmediato una contradicción; ¿cómo puede el acto supremo de voluntad, el abandono de sí, ser involuntario? Si digo "con su voluntad", mi razón responde, "¿cómo, si no quieren ceder?".

Los sermones dominicales acerca del infierno, al igual que todas las frases dominicales, están dirigidas a la conciencia y a la voluntad, no a nuestra curiosidad intelectual. Cuando nos han animado a actuar, convenciéndonos de una posibilidad terrible, han hecho probablemente todo lo que tenían la intención de hacer; y si todo el mundo fuera cristiano convencido, sería innecesario decir una palabra más sobre el asunto. Tal como son las cosas, sin embargo, esta doctrina es uno de los principales terrenos en que se ataca al cristianismo de bárbaro, y donde la bondad de Dios es impugnada. Se nos dice que es una doctrina detestable -ciertamente, yo también la detesto desde el fondo de mi corazón- y se nos recuerda las tragedias que han ocurrido en la vida humana por creer en ella. De las otras tragedias, que ocurren por no creerla, se nos dice menos. Por estas razones, y sólo por éstas, se hace necesario discutir el asunto.

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