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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

17 de marzo de 2009

17 de Marzo, Festividad de San Patricio, Obispo y Confesor







a labor y la vida del apóstol de Irlanda recuerdan las hazañas y la santidad de los grandes profetas del Antiguo Testamento.

La razón no es difícil de encontrar si consideramos las circunstancias históricas que rodean su trabajo en aquella isla. El Imperio romano, al extenderse a Francia y a las Islas Británicas, dio lugar a la penetración del catolicismo en aquellas regiones; pero la fe, que había avanzado con las legiones, tuvo que retirarse juntamente con ellas y el paganismo llegó a dominarlas otra vez mediante la invasión de los bárbaros.

La divina Providencia eligió nuevos apóstoles para aquellos países, apóstoles dotados de todos los carismas necesarios para la lucha contra las fuerzas primitivas del mal. Por eso las vidas de aquellos misioneros se llenaban de milagros que nos recuerdan las escenas en Egipto cuando Moisés se enfrentó con los magos de Faraón o cuando Elías retó a los sacerdotes de Baal.

El futuro apóstol de Irlanda nació en 372, pero no se sabe con exactitud el lugar de aquel acontecimiento, algunos lo ponen en Inglaterra, otros en Francia o Escocia. Sin embargo, sabemos algo de sus padres. Su madre, Concessa, pertenecía a la familia de San Martín, obispo de Tours, mientras su padre, Calfurnio, fue oficial del ejército romano, de buena familia. Ambos fueron cristianos. En el bautismo el niño recibió el nombre de Succat —el nombre de Patricio le fue dado mucho más tarde por el papa Celestino, juntamente con la misión de predicar el Evangelio en Irlanda—. De todas maneras, nosotros le llamaremos Patricio desde ahora para evitar confusiones.

En el año 388, cuando tenía dieciséis años, unos piratas le hicieron prisionero, llevándole a Irlanda, donde fue vendido como esclavo a Milcho, jefe de Dalraida, en el norte de la isla. Según sus Confesiones, que escribió más tarde, pasó la vida de esclavitud cuidando de las ovejas de su amo. La divina Providencia utilizó esta etapa de su vida para prepararle su futura misión, porque, en el silencio de las montañas, Patricio se dedicó a la oración muchas veces de día y de noche, de tal manera que podemos afirmar sin reparo que este período de su esclavitud llegó a ser también el principio de su santidad. Un día, durante sus oraciones, Dios le mandó un ángel para consolarle en su miseria y para revelarle la futura gloria de Irlanda. Al mismo tiempo el ángel le mandó escapar de su dueño y dirigirse a un puerto lejano donde encontraría un barco que le llevaría a la libertad.

Patricio obedeció este mandato divino y, efectivamente, al llegar a su destino al sur de la isla, encontró el barco tal como le había dicho el ángel, pero el capitán negóse a ayudarle en su propósito de escapar. Sin perder sus esperanzas, Patricio se puso a rezar y, de repente, el capitán cambió de parecer, le mandó subir al barco y le llevó a Francia. Una vez conseguida la libertad, Patricio se refugió con su pariente, San Martín, quien le recibió en un monasterio cerca de Marmontier. Allí el obispo había construido pequeñas casas para algunos de sus monjes, mientras otros vivían en cuevas cercanas. En estas condiciones de vida ermitaña el joven pasó casi treinta años en preparación para su misión de apóstol. Los monjes vivían separados, reuniéndose solamente para rezar en común dos o tres veces al día según la costumbre de los monasterios orientales. En este ambiente de tranquilidad Patricio empezó el estudio de las Sagradas Escrituras, empapándose cada día más en la doctrina evangélica. Aquí también recibió otra visita angélica en la cual Dios le dio el mandato de convertir a la verdadera religión al pueblo de Irlanda. Al mismo tiempo oyó la voz de un irlandés llamándole para que volviese como misionero al país de su esclavitud.

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