por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.
Ediciones Excalibur, Buenos Aires, 1982
III. ETAPAS DE LA CABALLERÍA
os estudiosos suelen distinguir tres épocas en la historia de la Caballería Cristiana.
1. LA ÉPOCA HEROICA
La Caballería conoció una época de oro, la que vivía la Cristiandad en ese momento. Nos referimos especialmente a los siglos XI y XII. La época en que el Papa era nada menos que Gregorio VII, la época en que se construiría Vezelay, la época en que el Cid iba ensanchando Castilla al paso de su caballo, la época en que Godofredo de Bouillon atravesaba el Asia Menor hacia Jerusalén, la época que vió elevarse San Marcos de Venecia, las catedrales de Toledo y de París.
Fue una época brillante asimismo en santos: el tiempo en que vivió San Anselmo, San Bernardo, San Francisco de Asís. Fue igualmente en este período cuando apareció La Chanson de Roland, la primera gran obra poética de Europa cristiana. Tal fue la mejor Caballería, la de los siglos XI y XII, la de las Cruzadas, una Caballería viril, austera y conquistadora.
2. LA ÉPOCA GALANTE
Podríamos llamar así a la segunda etapa de la Caballería. Fue precisamente entonces, a principios del siglo XIII, cuando comenzó a ser cantada y glorificada en mil poemas y relatos fantásticos, como los del ciclo carolingio, del ciclo bretón o de la Mesa Redonda. Esta caballería es menos agreste sí, pero porque es menos viril. Poco a poco comenzó a olvidar el antiguo objetivo, la tumba de Cristo, conquistada a golpe de lanza y a chorros de sangre. Las elegancias de un amor fácil ocupan en ella el lugar antes reservado al arte de la guerra, y el espíritu de aventura va reemplazando al espíritu de cruzada. A las austeridades de lo Sobrenatural se sustituye el naciente atractivo de lo Maravilloso.
La época galante de la Caballería no concebía un caballero sin una "dama de sus pensamientos", a la que éste ofrecía sus hazañas, y cuyo nombre invocaba al entrar en combate. Quizás esta nueva figura vino a suplir el primitivo culto a Nuestra Señora — "Notre Dame"—, por la que justamente se rompía lanzas. La nueva "dame", por lo general una duquesa o una princesa, fue, al parecer, artificiosamente introducida por los poetas. Tal amor era casi siempre un amor platónico, y a veces imposible, sea por la desigualdad social, sea, incluso, por tratarse de una dama ya casada.
La época galante de la Caballería no concebía un caballero sin una "dama de sus pensamientos", a la que éste ofrecía sus hazañas, y cuyo nombre invocaba al entrar en combate. Quizás esta nueva figura vino a suplir el primitivo culto a Nuestra Señora — "Notre Dame"—, por la que justamente se rompía lanzas. La nueva "dame", por lo general una duquesa o una princesa, fue, al parecer, artificiosamente introducida por los poetas. Tal amor era casi siempre un amor platónico, y a veces imposible, sea por la desigualdad social, sea, incluso, por tratarse de una dama ya casada.
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