l siglo XIII comienza en Inglaterra de modo humilde y oscuro y termina de modo esplendoroso. El secreto de este cambio debe hallarse —al menos desde el punto de vista de la historia eclesiástica— en la influencia de la predicación religiosa y en el ejemplo de austeridad de un gran santo.El clamor de la predicación de los dominicos españoles despertó el letargo de los monjes ingleses y transmitió también directamente elementos de cultura debidos a la actividad personal de los hijos de Santo Domingo.
Pero la vida inglesa de principios del siglo XIII no se caracteriza solamente por la ignorancia y superstición en el pueblo, sino también por la ambición en los nobles, el regalismo del trono, el lujo desmedido en los jerarcas eclesiásticos y la apatía y relajación en los monasterios.
Entre el reinado de Juan —Felipe Augusto— y el de Eduardo I hay un paso trascendental. Se pasa de una época de ignorancia colectiva a otra de predominio universitario. Se corrigen excesos autoritarios, se estimula el espíritu de actividad intelectual y se impone en la vida cristiana y en los señores eclesiásticos una mayor sobriedad de costumbres. Entre esas dos épocas hay un período, que es el reinado de Enrique III; pero quien ha suscitado en gran parte esta evolución y este cambio, radicado en el sentimiento religioso de aquella sociedad, es un obispo inglés descendiente de una familia de sencillos labradores: San Ricardo.
Sus virtudes características podrían reducirse a estas tres palabras: austeridad, caridad y energía.
En medio de una sociedad en que los obispos eran "lores" y amantes de las grandezas humanas y los monjes abundaban en la prosperidad y hasta en el lujo, él pasó hambres, amó y practicó la pobreza, se vio desprovisto incluso, de casa en que vivir y por fin murió en un hospicio para sacerdotes pobres y peregrinos.
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