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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de abril de 2009

El Ejército y la Revolución Nacional







Discursos del Dr. Antonio de Oliveira Salazar




CAPITULO VII

El Ejército y la Revolución Nacional





La oficialidad del Ejército y de la Marina, deseosa de testimoniar su reconocimiento al Sr. Oliveira Salazar por la obra extraordinaria realizada desde el Mi­nisterio de Hacienda, abrió una suscripción para regalarle las insignias de la Gran Cruz de la Orden de la Torre y de la Espada. En el acto de la entrega, ve­rificado en la Sala del Consejo de Estado el día 28 de Mayo de 1932, pronunció el entonces Ministro de Ha­cienda un discurso en el que, luego de dar las gracias por el homenaje, desenvolvió el tema de la parte que había de corresponder al Ejército en la responsabi­lidad por la ejecución del movimiento inspirador de la revolución nacional. Coincidió el discurso con la publicación del proyecto de Constitución.

No constituye ofensa para nadie reconocer que los desastres morales y materiales de las últi­mas décadas llevaron al último límite la deca­dencia de la Nación Portuguesa. En la política, en la administración, en la economía pública yprivada se advertía el mismo espectáculo de desorden permanente, con la natural conse­cuencia del desprestigio interno y externo del Estado. Todos aquellos por cuyas manos hayan pasado, por un motivo o por otro, los casos más salientes de este período de envilecimiento, pue­den atestiguar cuanto había de vacío, de parasi­tario, de ficticio, en la administración pública, en los asuntos comerciales, en la industria, en la banca y en la finaliza, en la vida social. Puede decirse que habían desaparecido de la vida por­tuguesa la seriedad y la justicia. La indisci­plina era, en consecuencia, general.Al igual que en todas las épocas parecidas, sobre la masa confusa de la población que se afana y que con la fatiga del trabajo apenas advierte las deficiencias de la vida colectiva, vimos generalizarse los dos tipos más vulgares de todas las decadencias: los beneficiarios del desorden, que extendían las redes de sus nego­cios, explotaciones y compromisos, poco claros y poco limpios; y los que del simple disgusto por la marcha de las cosas van pasando a la indife­rencia y al escepticismo. Entre ambos, queda­ban arrinconados, sin fe en el resurgimiento de la Patria, muchos de los mejores valores de Portugal.En tales circunstancias, desorganizadas y en trance de disolución todas las fuerzas sociales, el mayor problema era encontrar el punto de apoyo para la reacción salvadora.

El Ejército, quebrantado por las inclemen­cias de los últimos tiempos — la guerra, las re­voluciones y las reformas, — no es aún lo que todos deseamos que sea; mas por exigencia de su propia constitución vive apartado de la po­lítica, sometido a una jerarquía y a una disci­plina, sereno y firme, como prenda del orden público y de la seguridad nacional. Esa misma superioridad de disciplina existente en una fuerza organizada en nombre del honor y del destino de la Patria, era el único factor capaz de apartar, con el menor número de convulsio­nes y peligros, los obstáculos elevados por los artilugios existentes, y apoyar al Poder Nuevo, empeñado en la obra de salvación y resurgi­miento de la Patria.

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