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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de abril de 2009

La Caballería: la Fuerza Armada al servicio de la Verdad desarmada (6)





por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.


La Caballería
Ediciones Excalibur, Buenos Aires, 1982




III. QUIEN CONFERÍA EL ORDEN DE LA CABALLERÍA

a hemos aludido a aquel viejo proverbio según el cual "nadie nace caballero". Hemos dicho, asimismo, que, en principio, incluso a los plebeyos se les podía conferir la Caballería, por su valor y su especial abnegación. Si era cierto aquello de que "La Caballería confería nobleza", resultaba obvio que la manera de ser ennoblecido sin títulos previos fuera justamente el ser armado caballero. La institución suscitó, naturalmente, el anhelo entusiasta de la mejor juventud. Francisco Bernardone, hijo de un comerciante de Asís, soñó a los veinte años con llegar a ser caballero. El atractivo esplendoroso de tal título tuvo por cierto mucho que ver con el fervor que tantos jóvenes pusieron en lanzarse a la Cruzada. La Caballería se bebía de generación en generación. "Don Galaor —leemos en Amadís de Gaula—, que con el ermitaño se criaba, como ya oímos, siendo ya en edad de diez y ocho años, hízose valiente de cuerpo y membrudo, y siempre leía en unos libros que el buen hombre le daba de los hechos antiguos que los caballeros en armas pasaron; de manera que cuasi con ello, como con lo natural con que naciera, fue movido a gran deseo de ser caballero" (50).
El jóven candidato esperaba su ingreso con entusiasmo impaciente. Era su idea fija, su gran ideal. ¿Cuándo seré caballero?, se decía el escudero. Y el caballero decía a su mujer: ¿Cuándo nuestros hijos llegarán a ser caballeros? La Caballería era el sueño, la meta. Esas generaciones tenían el tormento, la pasión de la Caballería.¿A quién pertenecía el derecho de crear nuevos caballeros? ¿Quién hacía de consagrador?
En los comienzos de la Caballería, todo caballero tenía el derecho de hacer caballeros, según parecería deducirse de esta recomendación de Lulio: "Tampoco un caballero debe armar caballero si ignora la Orden de Caballería, porque es desordenado el caballero que hace otro caballero sin saberle enseñar las costumbres que pertenecen al caballero" (51).
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