an Casiano, maestro de escuela, sufrió el más cruel suplicio. Le ataron las manos atrás del cuerpo y lo entregaron a los niños, a quienes enseñaba, para que lo mataran a estiletazos. Tanto más prolongado y doloroso fue su suplicio cuanto menos fuerza tenían sus verdugos, y más gloriosa fue así su victoria.
Casiano era un maestro severo y eficiente. Enseñaba a sus niños los rudimentos de la gramática, al mismo tiempo que un arte especial: el de la taquigrafía, ese arte de condensar en breves signos las palabras. Es acusado de cristiano. Y los perseguidores tienen la maligna ocurrencia de ponerle en manos de los mismos niños, sus discípulos, para que muera atormentado por ellos, y que los instrumentos del martirio sean los mismos de que antes se valían para aprender.
El poeta Aurelio Prudencio, relata así el martirio de San Casiano:
"Unos le arrojan las frágiles tablillas y las rompen en su cabeza; la madera salta, dejándole herida la frente. Le golpean las sangrientas mejillas con las enceradas tabletas, y la pequeña página se humedece en sangre con el golpe. Otros blanden sus punzones... Por unas partes es taladrado el mártir de Jesucristo, por otras es desgarrado; unos hincan hasta lo recóndito de las entrañas, otros se entretienen en desgarrar la piel. Todos los miembros, incluso las manos, recibieron mil pinchazos, y mil gotas de sangre fluyen al momento de cada miembro. Más cruel era el verduguito que se entretenía en surcar a flor de carne que el que hincaba hasta el fondo de las entrañas".
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