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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

9 de agosto de 2009

El olvido de la doctrina social compromete la fe





Tomado de El Brigante




a inmensa mayoría de los católicos desconoce hoy la existencia de una doctrina social de la Iglesia, pero la inmensa mayoría de los que están familiarizados con su existencia, desconoce el verdadero alcance de ésta. La realidad no es nueva, sino más bien rancia. De un modo progresivo, gran parte de los católicos dejó de reconocer el corazón mismo de la doctrina social de la Iglesia: la doctrina política. Primero se hizo ver que se trataba de genéricas aspiraciones ideales, pero no realmente de una doctrina política vinculante; después, sencillamente, se dejó de enseñar y de hablar de ello. No todo el mundo, claro. Pero hasta en los mismos seminarios se circunscribió la doctrina social a la llamada cuestión social: el salario justo, el derecho a la propiedad…

El corazón de la doctrina social, la doctrina sobre el bien común temporal, es decir, sobre la política, quedó eclipsado para la mayoría y así sigue. Con lo que hasta la misma cuestión social se vuelve incomprensible y pura mojiganga mojigata. Para que esto pudiera pasar fue necesaria una torsión de la doctrina cristiana, sometida a un proceso –llamémoslo así– de progresiva “privatización”, lo cual no era posible sin el abandono previo de la sana filosofía, del realismo tomista y su celo por lo real. Una piedad voluntarista y no pocas veces sincera e intensa, se desentendía del orden natural y temporal, volcada –supuestamente más pura– sobre lo divino, sin ataduras carnales ni filosóficas. No se advertía que incluso el orden sobrenatural quedaba no sólo comprometido en su viabilidad, sino radicalmente alterado. El cristianismo espiritual, desasido de ataduras temporales, libérrimo y cátaro es, sencillamente, una doctrina inhumana y, por ende, doblemente falsa: niega la naturaleza y niega el dogma (como no podía ser de otro modo). Volveremos una y otra vez a este tema, arrinconado en nuestra catequesis, y más urgente que nunca. Estamos convencidos de que en él reside parte de la clave de nuestra situación claudicante. Una parte decisiva. A continuación, traemos a cuento un párrafo de La herejía del siglo XX, de Jean Madiran, como testimonio de ese fatal extrañamiento de la doctrina social y política de la Iglesia. Aunque tenga más de cuarenta años, tiene plena vigencia.

El Brigante.


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