por el Dr. Miguel Ayuso
Tomado de El Brigante
uestro admirado Brigante ha traducido unos párrafos de Jean Madiran para introducir el asunto de cómo el olvido de la doctrina social compromete la fe. Olvido que, bien entendido, comprende también la reducción o la desnaturalización, como apunta con acierto en el breve, sugestivo y esencial incipit. El texto de Madiran, que tiene la densidad y clarividencia de casi todos los suyos, constituye una excelente introducción al problema. Aunque puede que para algunos haya de resultar oscuro e incluso, no lo sé, un poco críptico.
Se me ha ocurrido por eso, querido Brigante, comenzar a ilustrar el texto y el comentario, sin más pretensión que ayudar, por más que modestamente, al esclarecimiento del problema, al que podría dedicarse quizá una jornada de estudio amical una vez que los calores se hayan ido o, por lo menos, escondido. Piénselo, amigo Brigante.
El libro en cuestión, La herejía del siglo XX, de 1968, no esconde en sus primeras palabras cuál sea: “La herejía del siglo XX es la de los obispos”. Y, para los asustadizos, aclara a continuación: “No es que sean los inventores, sino los agentes”. Y es que el episcopado francés, desde por lo menos un siglo antes, esto es, desde la oposición al Syllabus, había orillado las enseñanzas romanas, prescindiendo de un “siglo de encíclicas”, y pasando del liberalismo al socialismo. Para –esto lo añado hoy, porque no era tan visible hace cincuenta años– volver nuevamente al liberalismo. Desde el punto de vista sociológico y aun psicológico no hay duda de que es esa mentalidad la que hizo y desarrolló el Concilio, constituyendo su “espíritu”. Si en derecho en cambio no prevaleció es de ardua discusión, entre hermenéuticas varias en liza, que no puede ser traída aquí ahora. Cita seguidamente el autor un texto impresionante del Año litúrgico de Dom Guéranger, el gran abad de Solesmes, quien en la fiesta de San Cirilo (el 9 de febrero) ofrece a consideración de los lectores el ejemplo del seglar Eusebio oponiéndose al obispo Nestorio: “La doctrina desciende por lo general de los obispos al pueblo fiel, y en el orden de la fe los subordinados no han de juzgar a sus jefes. Pero en el tesoro de la Revelación hay puntos esenciales de los que todo cristiano, sin más título que el de serlo, tiene el conocimiento necesario y la guarda obligada (…). Los verdaderos fieles son los hombres que hallan en el solo bautismo, en tales circunstancias, la inspiración de su conducta; no los pusilánimes que, bajo el pretexto especioso de la sumisión a los poderes establecidos, esperan para cargar contra el enemigo u oponerse a sus empresas a un programa que ni es necesario ni debe dárseles”.
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