por Gilbert K. Chesterton
Tomado de La Editorial Virtual
VI - Aproximación al Tomismo
l hecho que el tomismo sea la filosofía del sentido común es, en si mismo, una cuestión de sentido común. No obstante, esto requiere cierta explicación porque por demasiado tiempo hemos tomado estas cuestiones en un sentido muy poco común. Para bien o para mal, Europa desde la Reforma – y más especialmente todavía Inglaterra desde la Reforma – ha sido en cierto peculiar sentido el hogar de la paradoja. Por sentido peculiar quiero decir que la paradoja se sentía como en su casa y que las personas se sentían cómodas con ella. El ejemplo más familiar es la fanfarronada inglesa sobre que los ingleses son prácticos porque no son lógicos. A un griego de la antigüedad, o a un chino, esto le parecería exactamente igual a decir que los oficinistas de Londres son buenos para sumar las columnas de sus libros contables porque no son exactos en aritmética. Pero la clave no reside en que ésa es una paradoja sino en que la paradoja ha devenido en ortodoxia; en que las personas descansan sobre una paradoja tan plácidamente como sobre un lugar común. No es que la persona práctica esté parada de cabeza – algo que a veces puede llegar a ser una gimnasia estimulante aunque sorprendente – es que descansa sobre su cabeza y hasta duerme de cabeza. Y esto es un detalle importante porque la función de la paradoja es la de despertar la mente. Tómese una buena paradoja, como aquella de Oliver Wendell Holmes: “Dadnos los lujos de la vida y renunciaremos a las necesidades.” Es divertida y por lo tanto llamativa; tiene un aire de desafío; contiene una verdad real aunque romántica. Es, en su totalidad, parte de la broma que se expresa casi bajo la forma de una contradicción en los términos. Pero la mayoría de las personas estará de acuerdo en que existiría un considerable peligro en fundamentar todo el sistema social sobre la noción de que las necesidades no son necesarias; como que algunos han basado toda la Constitución Británica sobre la noción de que el sinsentido siempre terminará funcionando como un sentido común. Aunque, incluso en esto, se puede decir que el odioso ejemplo se ha difundido y que el sistema industrial moderno realmente nos dice: “Dadnos lujos tales como el jabón perfumado y renunciaremos a necesidades tales como el trigo”.
Hasta aquí todo eso es familiar, pero lo que ni siquiera ahora se ha percibido es que no solamente la política práctica sino que también las filosofías abstractas del mundo moderno han sufrido esta extraña tergiversación. Desde que el mundo moderno comenzó allá por el Siglo XVI, nadie formuló un sistema filosófico que realmente se haya correspondido con el sentido de realidad de todo el mundo; con eso que las personas comunes, abandonadas a sí mismas, llamarían sentido común. Cada uno de estos sistemas comenzó con una paradoja; con un punto de vista peculiar que demandaba el sacrificio de lo que sería el punto de vista cuerdo. Eso es lo único que tienen en común Hobbes y Hegel, desde Kant y Bergson hasta Berkeley y William James. Una persona tenía que creer algo que no creería ninguna persona normal si ese algo le fuese planteado a su simplicidad; como que la ley está por encima del derecho, o que el derecho está fuera de la razón, o que las cosas son tan sólo como las pensamos, o que todo es relativo a una realidad que ni siquiera existe. El filósofo moderno alega, como irradiando confianza, que una vez que le concedamos esto, el resto será fácil; que él enderezará al mundo si se le permite retorcer la mente tan sólo una vez.
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