Edición de los Cursos de Cultura Católica. Impreso por Francisco A. Colombo, 19 de septiembre de 1936.
Tomado de Stat Veritas
CAPÍTULO II
LA PRODUCCIÓN DE LA TIERRA
n el capítulo anterior descubrimos al vivo la perversión esencial y funesta de toda economía que, como el capitalismo, esté regida intrínsecamente por la concupiscencia del lucro.
Siendo ésta un instinto insaciable, infinitamente vertiginoso, dinámico, acelerador, es rebelde a toda medida, y por esto importa una radical inversión de todos los valores humanos, y aún de los mismos valores económicos. De los valores humanos: porque en lugar de poner la economía al servicio de la vida corporal del hombre, para que así pueda éste alcanzar la integridad de su vida intelectual y espiritual y ponerse al servicio de Dios, Señor único que merece plena adhesión, la concepción económica moderna absorbe todas las energías espirituales y materiales del hombre y las coloca a merced del gigantesco edificio económico, alrededor del cual todo el mundo – desde el último desocupado hasta el poderoso financista – está obligado a postrarse en religiosa danza.
Inversión de los mismos valores económicos: porque en lugar de emplear el dinero como un puro medio de cambio que facilite la distribución y difusión de las riquezas naturales, se hace de él precisamente lo opuesto, es decir un fin último, con una poderosa fuerza de atracción que concentra en pocas manos más dinero, y con él las mismas riquezas naturales.
De tal suerte está armada la economía capitalista, que todo concurre a la multiplicación del oro: las riquezas y el crédito sirven para multiplicar el oro; si se comercia es para multiplicar el oro; si se produce es para comerciar y con ello multiplicar el oro; si se consume es para producir más y con ello comerciar más y poder multiplicar más el oro. De modo que la vida es una danza perpetua alrededor del oro, al cual, para colmo de la paradoja, nadie ve porque duerme en las cavernas misteriosas de los grandes bancos.
De modo que el consumo, que debía de ser el fin próximo regulador de todo el proceso económico, viene a estar, en último término, supeditado a la producción, al comercio y a la finanza; y, en cambio, la finanza, que debía ocupar el último lugar como un puro medio, obtiene el primero de fin regulador.
Jerarquía de la producción
Esta morbosa aceleración debía provocar al mismo tiempo un trastorno profundo en los fenómenos económicos particulares, tales como la producción.
Sin entrar en consideraciones metafísicas que pueden parecer profundas, apliquemos el sentido común y preguntemos: ¿cuál es la finalidad de la producción de riquezas?, ¿para qué se empeña el hombre en el trabajo, y produce? Sin duda para disponer de bienes que pueda consumir. No quiere decir esto que sólo haya de producir lo que diariamente consume. De ningún modo. Puede y debe producir más, y ahorrar aquello que no consume, y formar un patrimonio estable que le asegure la vida en el mañana a él y a su familia y que se perpetúe entre sus herederos. Pero aún esto que inmediatamente no consume, lo produce en previsión del consumo que necesitará mañana sin poderlo entonces producir. Luego, siempre será verdad que produce para consumir. ¿Y cuáles son los primeros bienes de cuyo consumo necesita el hombre?: ¿gozar, vivir en habitación conveniente, vestirse o comer? Sin duda que primero es comer, y después vestirse, y luego tener habitación conveniente, y por fin disfrutar de honestos pasatiempos. Y como la tierra es la que casi directamente nos proporciona lo necesario para comer, vestir y habitar, y en cambio la industria nos suministra de preferencia lo superfluo, se sigue que, en un régimen económico ordenado, la producción de la tierra y sus riquezas deben obtener primacía sobre la producción industrial, la vida del campo sobre la vida urbana.
Es decir: exactamente lo inverso de lo que acaece y forzosamente debe acaecer en la economía moderna. La economía capitalista es, en su esencia, pura aceleración. La producción de la tierra y el consumo de sus productos se substrae a la aceleración: no es posible, por ejemplo, obtener trigo en pocos días o en algunas horas, o consumir 10 kilos de pan en vez de uno. En cambio la producción de lo superfluo puede aumentar ilimitadamente, porque siempre es posible crear nuevas necesidades superfluas y satisfacerlas infinitamente. Luego la economía capitalista, por su misma esencia, siéntese impulsada al fenómeno "contra naturam" (que viola las exigencias naturales) de hacer de la industria, de la fábrica, el tipo normal de producción y, en cambio, imaginar la agricultura como un acoplado arrastrado por la industria. Henry Ford ha tenido la franqueza de confesarlo cuando considera la agricultura como una industria "auxiliar o subsidiaria", según palabras textuales. (En Aujourd hui et demain, pág. 230; citado por Marcel Malcor, Nova et Vetera, janvier et mars, 1929).
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