II. El llamado «liberalismo católico»
a) Proceso histórico-doctrinal del «liberalismo católico»
En las propias palabras de León XIII sobre el liberalismo muy moderado (que no niega, que no ignora, pero separa) se perfilan los caracteres de lo que se ha dado en llamar el «liberalismo católico». Trazaré sólo las grandes líneas doctrinales que le caracterizan advirtiendo, de paso, que, en buena medida, suele presentarse más como una suerte de actitud de componenda con la democracia liberal que como una doctrina rigurosa.
Ya he indicado que esta particular actitud, más bien «separa», en cuanto concibe un sistema de vida político-social que no tiene una relación de dependencia obligatoria con el orden sobrenatural. En modo alguno «ignora» y, mucho menos, «niega». Aunque sus antecedentes haya que buscarlos en el voluntarismo de fines de la Edad Media y, lógicamente, en los revolucionarios de 1789 como Talley-rand, Obispo de Autun, celebrando en el campo de Marte con trescientos sacerdotes adornados con la escarapela tricolor, su primera expresión teórica aparece cuarenta años más tarde con Lamennais y su periódico L’Avenir. Con un lenguaje que anticipa el recientemente usado por el neomodernismo, afirma que la Iglesia y el Estado, desde Constantino, han estado unidos pero apenas como una suerte de «preparación evangélica» por modo de tutela; hoy, en cambio, cuando los hombres han alcanzado su «mayoría de edad», es hora que Estado e Iglesia se den un adiós definitivo abriendo cierta plenitud de los tiempos en la separación total entre Iglesia y Estado.
Esto es así porque, siendo la libertad, no la gracia santificante, el más alto don concedido al hombre, quitando a la Iglesia el «pesado yugo» de la protección del Estado, bastará la libertad (¡no más concordatos!) para que el pueblo, en el futuro, llegue a la fe. Por eso Lamennais profetizaba una unidad católica del porvenir; para ello basta el desarrollo de las «luces modernas» en el único sistema político que él consideraba legítimo fundado en la libertad individual15.
15Exposición muy completa, en C. Constantin, «Liberalisme catholique», Dict. de Théol. Cath., IX parte Iª, col. 506-626, Paris, 1926; mucho más breve, pero excelente el art. de G. de Pascal, «Liberalisme», Dict. Apol. de la Foi Cath., vol. II, col. 1822-1842, 4e éd., Sous la direction de A. D’Alès, Beau-chesne, Paris, 1924. En la Argentina resulta siempre insoslayable, en relación con Mari-tain, el libro del P. Julio Meinvielle, De La-mennais a Maritain (1945), 2ª ed., Theoria, Bs. As., 1967; en algunos aspectos, son por demás interesantes, Correspondance avec le R.P. Garrigou-Lagrange a propos de La-mennais et Maritain, Ed. Nuestro Tiempo, Bs. As., 1947 y Respuesta a dos cartas de Maritain al R.P. Garrigou-Lagrange, O.P. (con el texto de las mismas), ib., 1948.
La encíclica Mirari vos (1832) del Papa Gregorio XVI que, «afligido, en verdad, y con el ánimo embargado por la tristeza», condenó la doctrina de Lamennais, no fue suficiente. No bastó que el Papa condenara la tesis según la cual puede el alma salvarse profesando cualquier creencia, la libertad absoluta de conciencia (que implica libertad plena para el error), que recordara que el origen del poder es Dios y reafirmara la recta doctrina acerca de la concordia del poder civil con la Iglesia (Mirari vos, nn. 13, 14, 17, 43; Singulari Nos, nº 3).
Ni bastó la condena de Paroles d’un Croyant dos años más tarde (Singulari Nos, nº 5).
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