Según las investigaciones más recientes, fue un santo oriental cuya veneración fue transplantada del Imperio bizantino a Roma, por lo cual se extendió rápidamente por toda la Cristiandad occidental. De la misma forma que con su nombre y su veneración, su leyenda llegó a ser conocida en Roma y Occidente a través de versiones y recensiones latinas basadas en la forma corriente en el Imperio bizantino. Este proceso resultó facilitado por el hecho de que, de acuerdo con la primitiva leyenda siriaca del santo, el “Hombre de Dios” de Edesa (identificado con San Alejo) era natural de Roma. La leyenda griega, que es anterior al siglo IX y es la base de todas las versiones posteriores, hace de Alejo el hijo de un romano destacado llamado Eufemiano. La noche de su boda abandonó en secreto la casa de su padre y viajó a Edesa, en el Oriente sirio, donde, durante diecisiete años, llevó una vida de piedad ascética. Al aumentar la fama de su santidad, dejó Edesa y volvió a Roma, donde, durante diecisiete años, moró como un mendigo bajo las escaleras del palacio de su padre, sin que su padre o su mujer lo supieran. Tras su muerte, fijada en el año 417, se encontró un documento en su cuerpo, en el que revelaba su identidad. En el acto fue honrado como santo y la casa de su padre se convirtió en una iglesia colocada bajo el patronato de San Alejo.
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