Unos días atrás, nos cruzamos con un compadre, buen amigo. No personalmente sino a través de palabras de otros y después a través de breves letras por el éter.
Un comentario al pasar sirvió para mover el fuego. Y saltaron chispas, claro, como cuando se mueve el fuego. Fue tonificante, viera usted.
El caso es que a vuelta de correo me copia generoso un fragmento de José Antonio.
Sirve hacer eso de que un texto, una canción, un emblema, se presenten por nosotros y nos representen. Y allí fue que se terminaron el cruce y los chsipazos.
El asunto me trajo a la memoria otros textos del español. Cosas que viene bien repasar y leer cada tanto. Por ejemplo, ahora que se mueve el fuego también por todas partes y saltan chispas por todas partes.
Fue en el Gran Teatro de Córdoba, el 12 de mayo de 1935.
A esa altura, y hacía rato, ya todo estaba decididamente patas para arriba en aquella España. Ya se mamporreaban y hasta se mataban en las calles y todavía no había habido alzamientos oficiales y guerra civiles declaradas. Pero ya había.
En Córdoba, como digo, José Antonio hizo un discurso en medio de refriegas, piedrazos, marchas, cárceles. El discurso se parece a otros de ocasiones anteriores. Tiene, con todo, un aire más serio, también es menos retórica política y florida y más programático. Como en ocasiones anteriores, sin embargo, otra vez describió la realidad de aquella España y dijo qué pasaba y qué había que hacer, a su sabor. En esa oportunidad, incluso, trazó hasta una especie de programa de gobierno completo.
El fragmento que mi compadre me manda con algunos párrafos más que agrego, se parece, además, en esto y aquello otro, a varias cosas que uno mismo diría. Siempre, y también aquí y ahora.
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