EL PROGRESO SOCIAL POR MEDIO DE JESUCRISTO AUTORIDAD (2)
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Señores:
Después de haber probado lo necesaria que es la autoridad para el Progreso social, hemos mostrado en Jesucristo Hombre Dios la fuente de toda autoridad en el cristianismo. Jesucristo, a constituirse en la Iglesia como autoridad permanente, produjo en toda autoridad una transformación radical que elevó el orden social entero: libró a la autoridad de los tres vicios que la minaban sordamente e impedían que se engrandeciese así misma, y consigo la obediencia de los pueblos y el Progreso de las sociedades:
· el primero consistía en la ausencia de lo divino;
· el segundo en la servidumbre de la conciencia producida por la dominación del hombre;
· el tercero en el egoísmo en el ejercicio del poder.
Jesucristo libró a la autoridad de esos tres vicios profundos; puso en ella lo divino constituyéndose a sí mismo en autoridad; emancipó la conciencia humana creando una soberanía de las almas que solo de él depende; y al egoísmo del poder sustituyó la abnegación en el ejercicio de ese mismo poder; en una palabra, creó una autoridad divina en su principio, espiritual en su dominio, toda de abnegación en su fin, y de ese modo transformó la autoridad y elevó el orden social.
He ahí lo que hizo en favor del Progreso social la autoridad de Jesucristo constituida en la Iglesia. Y ¿qué ha hecho con respecto a esa autoridad la sociedad moderna? Ha tomado en presencia de ella tres actitudes diversamente funestas para el Progreso social de las naciones cristianas: la de la indiferencia, la de la rivalidad, la del odio.
Jesucristo tratado como extraño por los gobiernos, Jesucristo tratado como rival por los mismos gobiernos, y Jesucristo tratado como enemigo por los ingobernables: he ahí lo que yo llamo tres errores, tres calamidades sociales que quise rechazar lejos de nosotros en mi último discurso. La conclusión de este no pudo ocultárselos; pues es que la autoridad de Jesucristo constituida en la Iglesia no debe ser considerada por las sociedades modernas como extraña, ni menos como rival, ni menos aun como enemiga, y que todo el orden social debe sostenerse, elevarse y engrandecerse en Jesucristo y por medio de Jesucristo Soberana Autoridad.
Después de haber probado lo necesaria que es la autoridad para el Progreso social, hemos mostrado en Jesucristo Hombre Dios la fuente de toda autoridad en el cristianismo. Jesucristo, a constituirse en la Iglesia como autoridad permanente, produjo en toda autoridad una transformación radical que elevó el orden social entero: libró a la autoridad de los tres vicios que la minaban sordamente e impedían que se engrandeciese así misma, y consigo la obediencia de los pueblos y el Progreso de las sociedades:
· el primero consistía en la ausencia de lo divino;
· el segundo en la servidumbre de la conciencia producida por la dominación del hombre;
· el tercero en el egoísmo en el ejercicio del poder.
Jesucristo libró a la autoridad de esos tres vicios profundos; puso en ella lo divino constituyéndose a sí mismo en autoridad; emancipó la conciencia humana creando una soberanía de las almas que solo de él depende; y al egoísmo del poder sustituyó la abnegación en el ejercicio de ese mismo poder; en una palabra, creó una autoridad divina en su principio, espiritual en su dominio, toda de abnegación en su fin, y de ese modo transformó la autoridad y elevó el orden social.
He ahí lo que hizo en favor del Progreso social la autoridad de Jesucristo constituida en la Iglesia. Y ¿qué ha hecho con respecto a esa autoridad la sociedad moderna? Ha tomado en presencia de ella tres actitudes diversamente funestas para el Progreso social de las naciones cristianas: la de la indiferencia, la de la rivalidad, la del odio.
Jesucristo tratado como extraño por los gobiernos, Jesucristo tratado como rival por los mismos gobiernos, y Jesucristo tratado como enemigo por los ingobernables: he ahí lo que yo llamo tres errores, tres calamidades sociales que quise rechazar lejos de nosotros en mi último discurso. La conclusión de este no pudo ocultárselos; pues es que la autoridad de Jesucristo constituida en la Iglesia no debe ser considerada por las sociedades modernas como extraña, ni menos como rival, ni menos aun como enemiga, y que todo el orden social debe sostenerse, elevarse y engrandecerse en Jesucristo y por medio de Jesucristo Soberana Autoridad.
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