por el R.P. Alfredo Sáenz. S.J.
El mejor lugar para comenzar la contemplación de la figura de San Pablo es sin duda el camino de Damasco. Allí Saulo fue herido por la flecha del amor divino, que lo arrojó al mismo tiempo de su caballo y de su orgullo. Allí fue cambiado en otro hombre, lo fue en un instante y para siempre. «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Hch 22,10) fue su pregunta, la que lo comprometió de por vida.Decía Hello que por esta radicalidad del cambio operado en el corazón del Apóstol, el camino de Damasco dejó de ser un mero lugar geográfico para convertirse en una locución proverbial. Su conversión fue radical, en el sentido etimológico de la palabra: sus raíces, antes hundidas en la tierra farisaica, se arrancaron de ese humus, pero no para permanecer al aire libre, sino para encontrar una nueva tierra de arraigo, Jesucristo. Y aquel hombre que había perseguido al Señor dijo que en adelante ya nada lo separaría de El.A lo largo de estas páginas vamos a ir delineando las distintas facetas de esta rica personalidad y lo haremos recurriendo casi exclusivamente a sus propios textos. Porque en sus epístolas, Pablo, que no en vano fue llamado «el Apóstol por antonomasia», nos ha dejado, sin pretenderlo, una semblanza de lo que debe ser el apóstol de Cristo.
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