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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

8 de agosto de 2008

El error antropológico de Fukuyama



p0r el R.P. Alfredo Sáenz. S.J.




La cosmovisión de Fukuyama esconde graves errores en lo que toca a la concepción que tiene del hombre, es decir, a la antropología que subtiende sus aseveraciones, lo que en el fondo presupone un grave equívoco metafísico.




El hombre proyectado por Fukuyama, que es un hombre desarraigado, es el hombre que proviene de la Revolución francesa, de Hegel y de Marx, un hombre en parte absolutamente individualista, en parte colectivista -fruto de una suma aritmética de individualidades-, pero no un ser "orgánico". Este tipo de hombre es un ser mutilado. La filosofía que lo parapeta es una filosofía metafísicamente castrada, con todas las compensaciones dialécticas e imaginarias que tal estado supone, de un hombre que buscando su "libertad" plena, es indivisiblemente "esclavo" de sus engranajes.


Afirmaba Marcel de Corte que la libertad humana es, según se la ejercite, la mejor y la peor de las cosas: la salud que florece y la enfermedad que diseca, el desarrollo y el agostamiento, la fecundidad y la esterilidad, el arraigo y el desarraigo, Jano Bifronte.



Pues bien, se puede decir que la libertad comienza su ciclo de evolución patológica desde que el hombre se abstrae de su relación con el ser y con el mundo que lo circunda, de esa red de arterias y de venas, de raíces y de canales que lo religan a los demás y al cosmos(1).



El hombre de Fukuyama es un hombre que ha perdido sus raices, un hombre des-arraigado, fruto del gran proceso revolucionario del mundo moderno.



La obra esencial de las dos grandes Revoluciones que han tenido a Europa como escenario -la francesa y la soviética- ha sido, desde este punto de vista, la de disociar todas las religaciones que unían concretamente a los hombres entre sí, sea en el seno de su familia, de su profesión, de su pequeña o grande patria, e imaginar la sociedad política como un absoluto, diagramado por un pensamiento puramente lógico, merced al cual el individuo atomizado, errante en el desierto de una sociedad totalmente esterilizada, debía adaptarse al molde estatal(2).

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