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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

27 de septiembre de 2008

Cartas a un escéptico en materia de religión (3)


Jaime Balmes

Enviado por María Luz López Pérez

Carta II

Multitud de religiones.

Profundo misterio que aquí se envuelve. Los católicos reconocen y lamentan este daño mucho más que todos los sectarios. Explicación del principio «quod nimis probat nihil probat», lo que prueba demasiado no prueba nada. Aplicación de este principio a la dificultad presente. Reglas de prudencia que conviene no perder de vista. Motivos de la permisión divina. Fatales consecuencias del pecado del primer padre. Impotencia de la filosofía en la explicación de los misterios del hombre.

Voy a pagar, mi estimado amigo, la deuda que en mi anterior contraje, de responder a la dificultad que V. me proponía, relativa a la permisión de Dios sobre tantas y tan diferentes religiones. Éste es uno de los argumentos que sin cesar producen los enemigos de la religión, y que suelen proponer con tal aire de seguridad y de triunfo, como si él solo bastara a echarla por tierra. No se crea que trate yo de desvanecer la dificultad, eludiendo el mirarla cara a cara, ni de disminuir su fuerza presentándola cubierta con velos que la disfracen; muy al contrario, opino que el mejor modo de desatarla es ofrecerla en toda su magnitud. Añadiré, además, que no niego que haya en esto un misterio profundo, que no me lisonjeo de señalar razones del todo satisfactorias en esclarecimiento de la objeción indicada, pues estoy íntimamente convencido de que éste es uno de los incomprensibles arcanos de la Providencia, que al hombre no le es dado penetrar. Me parece, no obstante, que les hace a muchos más mella de la que hacerles debiera; y tan distante me hallo de creer que en nada destruya ni debilite la verdad de la Religión Católica, que antes juzgo que en la misma fuerza de dicha dificultad podemos encontrar un nuevo indicio de que nuestra creencia es la única verdadera.

Es cierto que la existencia de muchas religiones es un mal gravísimo; esto lo reconocemos los católicos mejor que nadie, pues que somos los que sostenemos que no hay más que una religión verdadera, que la fe en Jesucristo es necesaria para la eterna salvación, que es un absurdo el decir que todas las religiones pueden ser igualmente agradables a Dios; y, por fin, los que tal importancia damos a la unidad de la enseñanza religiosa, que consideramos como una inmensa calamidad la alteración de uno cualquiera de nuestros dogmas. Por donde se ve que no es mi ánimo atenuar en lo más mínimo la fuerza de la dificultad ocultando la gravedad del mal en que estriba; y que a mis ojos es mayor este daño que no a los del mismo que me la ofrece. Nadie aventaja ni aun iguala a los católicos en confesar lo inmenso de esa calamidad del humano linaje; porque sus creencias los precisan a mirarla como la mayor de todas. Los que consideran como falsas todas las religiones, los que se imaginan que en cualquiera de ellas puede el hombre hacerse agradable a Dios y alcanzar la eterna salud, los que profesando una religión que creen única verdadera, no profesan el principio de la caridad universal sin distinción de razas, pueden contemplar con menos dolor esas aberraciones de la humanidad; pero esto no es dado a los católicos, para quienes no hay verdad ni salvación fuera de la Iglesia, y que, además, están obligados a mirar a todos los hombres como hermanos, y desearles en lo íntimo del corazón que abran los ojos a la luz de la fe, y que entren en el camino de la salud eterna. Bien se echa de ver que no trato, como suele decirse, de huir el cuerpo a la dificultad, y que antes procuro pintarla con vivos colores. Ahora voy a examinar su valor, presentándola desde un punto de vista en que por desgracia no se la considera comúnmente.

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