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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

24 de septiembre de 2008

Diálogos (im)pertinentes: Historias de la Nada



Por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
Tomado del Blog de Cabildo

— El Discípulo: Maestro, hace un par de meses se conmemoraron los cuarenta años del “Mayo francés” y los diarios, suplementos culturales y revistas le dedicaron largos artículos. ¿Qué me puede decir al respecto?
— El Maestro: “Los papeles” —como se le decía en un pasado remoto a la prensa escrita— se mantienen fieles a su tradición: llenan carillas con noticias que no existen, ideas que no importan y “cosas que no son”, como decía Castellani (“Qué gente que sabe cosas / la gente de este albardón / Qué gente que sabe cosas / pero cosas que no son”).
— El Discípulo: Pero Maestro, no se los puede acusar de tal pecado en este caso. El “Mayo francés” existió y ejerció fuerte influencia.
— El Maestro: Niego ambas cosas. A cierto grupo de experiencias ocurridas en mayo de 1968 los papeles le pusieron un nombre común y pretendieron que representaban alguna cosa en el terreno de la política y de la cultura. Pero sus huellas en la política sencillamente no existen…
— El Discípulo: ¿Pero sí en la cultura?
— El Maestro: Menos que menos. Nada importante, nada serio, nada significativo deriva del “Mayo francés” y su ideología. Supuesto que hubiera tenido alguna.
— El Discípulo: Pero, Maestro, algo se puede predicar del asunto, puesto que en ciertos días del mes de mayo de ese año pasaron en Francia ciertas cosas.
— El Maestro: Bien, acepto que exageré para enfatizar la verdad. Pero esa serie de acontecimientos tienen la consistencia y la importancia de un síntoma.

— El Discípulo: Bueno, eso es algo.

— El Maestro: Suponte que cuentas la historia de una persona y llegas en ella a su enfermedad final. ¿Dedicarías mucho tiempo a relatar y comprender la fiebre que anunció la llegada de su mal?

— El Discípulo: No, por cierto.

— El Maestro: Bueno, esa es la máxima existencia y consistencia que puedo atribuirle al famoso “Mayo francés”. No hay nada en él que merezca un análisis profundo, porque nada de importante hay en él.

— El Discípulo: Bien, Maestro, ¿pasamos entonces a otro tema?

— El Maestro: No, seguimos en éste, porque la importancia que no tiene el hecho en sí la tienen los múltiples comentarios a su respecto. Desnudan la etapa en que se dieron —la “década del sesenta”— el canto de cisne de la modernidad.
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