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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

21 de septiembre de 2008

El apóstol Santiago y el mundo hispano


Nuevamente un artículo doble: el artículo en si mismo, y dar a conocer a las jóvenes generaciones al autor, el R.P. Don Zacarías de Vizcarra. Para leer sobre él haga click sobre su imagen.



Principales fragmentos del estudio publicado en Buenos Aires por Don Zacarías de Vizcarra, honra de nuestro sacerdocio, para animar, durante las presentes tribulaciones, a los católicos españoles, con la visión de las pasadas misiones y de los destinos futuros de España y de la Hispanidad.

Tomado de Revista Arbil

Las angustias presentes nos obligan a levantar nuestros ojos y nuestros corazones hacia la gran figura de Santiago el Mayor, Padre, Fundador y Patrono celestial de la Iglesia Española, en busca de aliento, consuelo, protección y esperanzas.

Nuestro Apóstol, en el breve espacio de los nueve años que transcurrieron entre la muerte de Jesucristo (año 33) y su martirio en Jerusalén (año 42), supo hacer honor al sobrenombre que le había puesto su Divino Maestro, cuando le denominó «Hijo del Trueno».

Caballero andante de Cristo, se alejó de la Palestina y de las regiones colindantes, mucho antes que ningún otro Apóstol, y, en una correría evangélica tan rápida como arrolladora, llegó hasta el confín del mundo entonces conocido, recorrió a lo largo y a lo ancho la Península Ibérica, y fundó en ella la Iglesia Española, que había de ser a su vez, con el tiempo, Madre fecunda de otras veinte Iglesias, en mundos desconocidos de América y Oceanía.

Terminada esta gran obra, retornó a la Palestina, cuando aún no se habían alejado de ella los demás Apóstoles, y comenzó a predicar públicamente, en Jerusalén, la doctrina de su Maestro, con tal brío y elocuencia, que mereció ser sacrificado por Herodes Agripa, como se narra en el sagrado libro de los Hechos de los Apóstoles (XII, 2), por haberse concentrado en su persona el odio de los judíos contra los discípulos de Cristo.

Fue el primer Apóstol que selló con su sangre el Evangelio, entregando su cuello a la espada. Es también el que ha dado a la Iglesia Romana mayor número de hijos espirituales, en las veinte naciones por las que se extendió y consolidó la Iglesia española, fundada por él.

La paternidad espiritual de Santiago nos impone deberes que fácilmente descuidamos y olvidamos, tanto en España como en América, porque:
1.º, cada Iglesia debe amar y venerar especialmente al Apóstol que la fundó, reconociendo en él a su Padre en Cristo;
2.º, los fieles de cada Iglesia deben imitar especialmente el carácter y virtudes de su propio Apóstol.

La razón de este segundo deber está en que Jesucristo, con la sabiduría infinita de que estaba dotado, preveía las necesidades especiales de cada uno de los pueblos adonde se había de dirigir cada uno de sus Apóstoles, y destinó para ellos al Padre espiritual que más les convenía, sobre todo tratándose de pueblos como el español, que tenían reservadas altas misiones en su Providencia.
Desde hace poco más de un siglo, las Iglesias de América han constituido Provincias desligadas de su antigua Metrópoli; pero, en los tres primeros siglos de su nacimiento, constitución y crecimiento, han sido mero desarrollo extensivo y parte integrante de la Iglesia española, que es la Iglesia de Santiago.

Por consiguiente, su Padre en la fe, lo mismo que el de las restantes diócesis españolas, es Santiago el Mayor, y siguen siendo moralmente una parte integrante de la gran Iglesia Jacobea, extendida por todo el hemisferio occidental.

Santiago, uno de los tres Apóstoles predilectos de Cristo

Consta por los Santos Evangelios que Jesucristo distinguió con un amor especial a tres de sus Apóstoles: a Simón Pedro, a Santiago el Mayor y a su hermano Juan Evangelista.

Sólo a estos tres distinguió Jesucristo con sobrenombres nuevos, impuestos por El. A Simón le llamó Pedro (es decir, «Cefas», que significa «Piedra»), porque había de ser el Jefe Supremo y «Piedra fundamental» de su Iglesia futura. A Santiago y a Juan los llamó «Boanerges», que quiere decir «Hijos del trueno».

Sólo a estos tres Apóstoles separó de los demás, en las ocasiones más solemnes, para darles muestra de su especial aprecio. Ellos sólo fueron elegidos para verle transfigurado en el Tabor; ellos solos presenciaron la resurrección de la hija de Jairo, porque Jesucristo, como dice San Marcos «no permitió que le siguiese ninguno, fuera de Pedro y Santiago y Juan el hermano de Santiago» (V, 37); ellos solos fueron testigos de su agonía en el Huerto de las Olivas.

¿Qué representaban estos tres Apóstoles? San Pedro representaba la cabeza del futuro cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia; Santiago y San Juan Evangelista representaban el brazo derecho y el brazo izquierdo de Jesucristo y de su representante San Pedro.

La Iglesia Romana es indiscutiblemente el centro de la Iglesia de Cristo. A los dos lados de la Iglesia Romana se levantan la Iglesia Occidental fundada por Santiago, y la Iglesia Oriental que reconoce como su principal Apóstol a su hermano San Juan, el más joven de todos los Apóstoles.

La Iglesia Oriental tuvo una brillantísima juventud; pero luego decayó lamentablemente, con tenaces herejías y con el funestísimo Cisma Oriental, que todavía dura. La Iglesia del joven San Juan, después de su juventud, fue más bien carga que apoyo para Pedro, y el mismo San Juan abandonó su sepultura del Oriente Cismático y se refugió en Roma, junto al sepulcro de Pedro. La Iglesia de Juan es desde hace siglos la izquierda de Pedro. Hasta en el mapa mundi físico, la Iglesia Oriental queda a la izquierda de Roma. Porque la orientación normal es la del Sol. Y mirando a éste desde Roma, en su curso medio, la Iglesia Oriental queda a la izquierda de la Iglesia Romana.

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