Un Pontífice Santo, San Pío V, implorando a Dios con las manos alzadas como Moisés.
Un Rey Santo, Felipe II, rogando devotamente con todo su séquito. Y todos sus Reinos, como una sola voz, desde el ciego mendigo de la puerta del templo hasta el Duque, rezando juntos. Desde el niño que hurta higos en las huertas hasta el Abad más linajudo. Todos.
San Pío V había pedido a todos los cristianos que rezaran el Santo Rosario para alcanzar la victoria y una Cristiandad, obediente al Santo Padre, secundaba la petición del Pontífice. Se rezaba el Santo Rosario: desde la ciudad más populosa hasta la aldea más recóndita, todos rogando...
Y Don Juan de Austria, brazo de Dios y espada de María Santísima, con el mazo dando.
Hoy 7 de octubre de 2008 recordamos aquella jornada: "la más alta ocasión que vieron los siglos" -escribiera de ella el más grande de los escritores, partícipe también de aquella hazaña sin parangón.
Conmemoramos aquel 7 de octubre de 1571 y le pedimos a Dios que nos dé luces, para aprender de aquel día que de nada vale afanarse, si no rezamos. Es la oración la que nos salva, la que logra abrir los cielos para que los ángeles de Dios combatan a nuestro lado contra el maligno enemigo y sus secuaces del otro y de éste mundo.
Mientras la batalla tenía lugar, el Papa estaba conversando con algunos cardenales; de repente, los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, y cerrando el marco de la ventana, dijo:
"No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas".
No fueron pocos los cruzados que aquel día vieron los cielos abrirse... El Capitán Pedro de Quero Escabias, natural de Andújar (Sagrario de Nuestra Señora de la Cabeza y mi pueblo) estaba allí en Lepanto con su compañía. Muchos eran los andujareños y paisanos del Reino de Jaén que pelearon bravamente en aquella jornada. La sangre del turco hasta los codos, sudorosos, fatigados de la portentosa brega, pero todavía con arrojo para descargar la espada... Sobre la que habían jurado morir en Cruzada. Según los papeles que guarda un tío mío, Pedro de Quero Escabias vio aquella victoria, y más tarde pasó como Capitán de Caballos a Flandes, con el Conde de Fuentes. Vínose a la postre a España, para establecer la Milicia general en el partido de Cuenca, tierra de Molina, y Marquesado de Atienza. Durante todos sus días, hasta el día de su muerte, rezó el Santo Rosario mandando que lo rezáramos todos sus descendientes.
Un Rey Santo, Felipe II, rogando devotamente con todo su séquito. Y todos sus Reinos, como una sola voz, desde el ciego mendigo de la puerta del templo hasta el Duque, rezando juntos. Desde el niño que hurta higos en las huertas hasta el Abad más linajudo. Todos.
San Pío V había pedido a todos los cristianos que rezaran el Santo Rosario para alcanzar la victoria y una Cristiandad, obediente al Santo Padre, secundaba la petición del Pontífice. Se rezaba el Santo Rosario: desde la ciudad más populosa hasta la aldea más recóndita, todos rogando...
Y Don Juan de Austria, brazo de Dios y espada de María Santísima, con el mazo dando.
Hoy 7 de octubre de 2008 recordamos aquella jornada: "la más alta ocasión que vieron los siglos" -escribiera de ella el más grande de los escritores, partícipe también de aquella hazaña sin parangón.
Conmemoramos aquel 7 de octubre de 1571 y le pedimos a Dios que nos dé luces, para aprender de aquel día que de nada vale afanarse, si no rezamos. Es la oración la que nos salva, la que logra abrir los cielos para que los ángeles de Dios combatan a nuestro lado contra el maligno enemigo y sus secuaces del otro y de éste mundo.
Mientras la batalla tenía lugar, el Papa estaba conversando con algunos cardenales; de repente, los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, y cerrando el marco de la ventana, dijo:
"No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas".
No fueron pocos los cruzados que aquel día vieron los cielos abrirse... El Capitán Pedro de Quero Escabias, natural de Andújar (Sagrario de Nuestra Señora de la Cabeza y mi pueblo) estaba allí en Lepanto con su compañía. Muchos eran los andujareños y paisanos del Reino de Jaén que pelearon bravamente en aquella jornada. La sangre del turco hasta los codos, sudorosos, fatigados de la portentosa brega, pero todavía con arrojo para descargar la espada... Sobre la que habían jurado morir en Cruzada. Según los papeles que guarda un tío mío, Pedro de Quero Escabias vio aquella victoria, y más tarde pasó como Capitán de Caballos a Flandes, con el Conde de Fuentes. Vínose a la postre a España, para establecer la Milicia general en el partido de Cuenca, tierra de Molina, y Marquesado de Atienza. Durante todos sus días, hasta el día de su muerte, rezó el Santo Rosario mandando que lo rezáramos todos sus descendientes.
El Santo Rosario es el arma más poderosa que tenemos los cristianos.
Publicado por Maestro Gelimer
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