por Vittorio Messori
Se lee (y se escucha) todo tipo de cosas sobre el Quinto Centenario del descubrimiento de América.
El aniversario ha generado un río de palabras, en el que se mezclan verdades y leyendas, intuiciones profundas y consignas superficiales. Lo que más entristece es la actitud de ciertos religiosos -sobre todo del hemisferio norte, europeo y americano- quienes, a pesar de la caída repentina de aquel marxismo que habían abrazado con entusiasmo de conversos, siguen aplicando sus falaces y desastrosas categorías interpretativas. Hasta hay frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas, esos fetichismos feroces que -es el caso de los aztecas- tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. En su opinión, quizás, habría sido mucho mejor que estos pueblos no hubieran entrado nunca en contacto con esa manía peligrosa de sus hermanos de entonces de considerar importante el anuncio de Cristo y del Evangelio.
Pero en el conjunto de lo insulso, falso y no cristiano (aunque defendido por quien se presenta como «cristiano», y más que cualquier otro, pues se llama a sí mismo «defensor de los oprimidos»), destacan algunas publicaciones que merecen nuestra atención.
El aniversario ha generado un río de palabras, en el que se mezclan verdades y leyendas, intuiciones profundas y consignas superficiales. Lo que más entristece es la actitud de ciertos religiosos -sobre todo del hemisferio norte, europeo y americano- quienes, a pesar de la caída repentina de aquel marxismo que habían abrazado con entusiasmo de conversos, siguen aplicando sus falaces y desastrosas categorías interpretativas. Hasta hay frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas, esos fetichismos feroces que -es el caso de los aztecas- tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. En su opinión, quizás, habría sido mucho mejor que estos pueblos no hubieran entrado nunca en contacto con esa manía peligrosa de sus hermanos de entonces de considerar importante el anuncio de Cristo y del Evangelio.
Pero en el conjunto de lo insulso, falso y no cristiano (aunque defendido por quien se presenta como «cristiano», y más que cualquier otro, pues se llama a sí mismo «defensor de los oprimidos»), destacan algunas publicaciones que merecen nuestra atención.
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