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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

31 de diciembre de 2008

El pequeño mundo de Don Camilo (7)


por Giovanni Guareschi




Capítulo 7



Incendio doloso









NA noche lluviosa, repentinamente la casa vieja empezó a arder. La casa vieja era una antigua tapera abandonada en la cima de un montículo escarpado. Aun de día la gente dudaba acercarse porque decían que estaba llena de víboras y de fantasmas. Lo extraño del caso era que la casa vieja consistía en una gran pila de piedras, pues hasta las más pequeñas astillas que habían quedado cuando la habían abandonado después de llevarse toda la madera que pudieron, el aire se las había comido. Y ahora la tapera ardía como una fogata.

Mucha gente bajó a la calle y salió del pueblo para contemplar el espectáculo, y no había persona que no se maravillara del suceso.

Llegó también don Camilo, quien se situó en el corrillo que miraba desde el sendero que conducía a la casa vieja.

–Habrá sido una hermosa cabeza revolucionaria la que ha llenado de paja la barraca y luego le ha prendido fuego para festejar alguna fecha importante. – dijo en voz alta don Camilo, abriéndose paso a empujones hasta quedar a la cabeza del montón

– ¿Qué dice de esto el señor alcalde?

Peppone ni siquiera se volvió.

–¿Qué quiere que sepa? – rezongó.

–¡Vaya! Como alcalde deberías saberlo todo. – repuso don Camilo, que se divertía extraordinariamente

– ¿Se festeja acaso algún acontecimiento histórico?

–No lo diga ni en broma, que mañana se difundirá en el pueblo que nosotros hemos organizado este mal negocio –interrumpió el Brusco que, junto con todos los cabecillas rojos, marchaba al lado de Peppone.

El sendero, al terminar los dos vallados que lo flanqueaban, desembocaba en una ancha meseta pelada como la miseria, en cuyo centro estaba el áspero montículo que servía de basamento a la casa vieja. La distancia a la tapera era de trescientos metros y se la veía llamear como una antorcha.

Peppone se paró y la gente se abrió a su derecha y a su izquierda.Una ráfaga de viento trajo una nube de humo hacia el grupo.

–Paja... ¡Cómo no!... Esto es petróleo.

La gente empezó a comentar el hecho curioso y algunos se movieron para acercarse más, pero fuertes gritos los detuvieron.

–¡No hagan estupideces!

Algunas tropas se habían detenido en el pueblo y en sus alrededores al final de la guerra; en consecuencia podía tratarse de un depósito de nafta o de bencina colocadas allí por alguna sección, o tal vez escondidas por alguien que las hubiera robado. Nunca se sabe.

Don Camilo se echó a reír.

–¡No hagamos novelas! A mí este asunto no me convence y quiero ver con mis propios ojos de qué se trata.Y decididamente se separó de la grey y se dirigió a la tapera a pasos rápidos.

No había andado cien metros cuando Peppone en dos zancadas lo alcanzó.


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