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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

1 de enero de 2009

La Economía política y el Cristianismo




por S.E.R. Zeferino Card. González Díaz de Tuñón O.P.



II



na vez iniciada en la ciencia esta dirección, el principio católico se apoderó de ella, y bajo su inspiración apareció la verdadera ciencia de la Economía política, representada por la Economía político-cristiana. Sólo en esta escuela pueden encontrarse las verdaderas teorías de la ciencia, porque sólo el cristianismo puede dar una base sólida, segura y humanitaria a la Economía política. La Economía político-cristiana enseña que no es el fin de la sociedad, aun considerada en el orden puramente natural y civil, la simple producción de las riquezas, sino más bien su mayor difusión posible entre los hombres, pero con subordinación al bienestar moral. La Economía político-cristiana no sacrifica la prosperidad y riquezas de los individuos a la riqueza y prosperidad de las naciones, sino que procura conciliar la prosperidad de las naciones con el bienestar del mayor número posible de individuos; atiende con marcada predilección a las clases indigentes, y enseña que no debe procurarse la prosperidad [11] y la abundancia de algunas clases, en perjuicio de los individuos y del mayor número de indigentes, y mucho menos aun en detrimento de sus intereses morales y religiosos.

Y no es que el cristianismo condene las riquezas y el poder de las naciones, como tampoco condena en principio su legítima adquisición y posesión por parte de los individuos. Lejos de eso, el cristianismo hace del trabajo, principal productor y representante de la riqueza, una condición necesaria al hombre, una ley divina y hasta una virtud de las más recomendables. Lo que el cristianismo condena, porque no puede menos de condenarlo, es que las riquezas se tomen como fin y no como medio. Lo que el cristianismo reprueba son las teorías económicas que subordinan el hombre moral a las riquezas materiales; porque el cristianismo, que estimula, que aprueba y que manda el trabajo, quiere que la humanidad rica respete a la humanidad pobre; quiere que aquella no acumule riquezas materiales a expensas del bienestar material, moral y religioso de esta; quiere, sobre todo, que el gran principio de la caridad sea la base de las relaciones entre la primera y la segunda, y que los gobiernos y la legislación se inspiren en ella cuando se trata del mejoramiento de las clases indigentes.

Tal es, en resumen, la enseñanza católica en orden a la ciencia económica; tales son las bases y los principios de la escuela cristiana de Economía política, en [12] oposición con la escuela egoísta de Smith, Say y sus discípulos.

Porque es preciso no olvidarlo, y es preciso repetirlo muy alto. Si es cierto que el trabajo y la previsión constituyen dos elementos principales de la Economía política; si vienen a ser como los dos factores y generadores más importantes de la producción y distribución de la riqueza, no lo es menos que la religión de Jesucristo y las máximas del evangelio son las más propias para ejercer influencia tan poderosa como benéfica en la existencia y desarrollo de esos dos grandes elementos de producción, en esos dos grandes factores del movimiento económico. Que si la religión de Jesucristo y las máximas del evangelio aconsejan, y promueven, y prescriben, y santifican el trabajo, también aconsejan, y fomentan, y prescriben, y santifican la previsión, concediéndole el carácter honroso de la virtud. Porque, a los ojos del evangelio y del cristianismo, es una virtud, y virtud muy importante en el orden moral y religioso, esa previsión, en fuerza de la cual el hombre sin contentarse con el bienestar personal, se preocupa del bienestar de sus allegados y herederos. El hombre previsor ama, es verdad, el trabajo que produce las riquezas, pero al propio tiempo y cuando se trata de su consumo, usa de las mismas con moderación y templanza, sin dar entrada a un lujo devorador, ni a goces materiales inmoderados. La previsión, en fin, cuando se halla [13] inspirada y ennoblecida por el principio cristiano, comunica el espíritu de iniciativa, fecundiza el trabajo, se complace en los ahorros y en la moderación, pero sin matar la benevolencia y la caridad conciliando los caracteres y ventajas de la previsión con el desprendimiento y el amor del prójimo.

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