Por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
Tomado de Catapulta
l viernes 13 de Febrero del año 2009, el diario La Nación ha tocado, sin duda, el fondo de los abismos de cobardía en los que hace mucho tiempo vive.
Ese día se publicó un editorial titulado “No a la negación del Holocausto” que no tiene parangón en la historia del periódico que fundara Mitre. Se refiere a la reciente controversia entre el Obispo lefebvrista Richard Williamson y el Vaticano. Hay que decir primero que el Obispo no negó en ningún momento el holocausto, como insinúa el título del editorial, si se entiende por tal la muerte de judíos en los campos de concentración del Tercer Reich. Por el contrario, afirmó que en esos campos habrían muerto alrededor de trescientos mil judíos. Lo que cuestionó fue el número “oficial” de esas muertes y el método que habrían usado los alemanes, negando la cifra de seis millones y la existencia de cámaras de gas.
Por su parte el Vaticano –según el editorial comentado– “ha reaccionado como corresponde, repudiando las declaraciones de Williamson y exigiéndole una retractación ‘pública e inequívoca’.”
No tengo la menor intención de defender aquí las tesis revisionistas sobre el llamado Holocausto o Shoa. Creo que se trata de un tema histórico importante e interesante pero que no tiene aquí su lugar. Me conformaré con señalar que La Nación miente cuando afirma que ese acontecimiento histórico “se encuentra suficientemente probado por la propia literatura nazi y por la documentación hallada al cabo de la guerra por los testimonios proveídos por los jerarcas del derrocado régimen de Hitler ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg y por las investigaciones realizadas en campos de concentración”. No es así, y los partidarios de la versión oficial no han contestado las serias investigaciones “revisionistas” con otra cosa que con el Código Penal y la cárcel.
Pero insisto en que no es en este tema que deseo centrar mi argumentación. Para iniciar la cual evocaré los felices tiempos en que Voltaire y sus epígonos decían “no estoy de acuerdo en lo que dices, pero daría mi vida para asegurarte la libertad de decirlo”. El editorial de la Nación es una clara muestra del cambio de paradigma cultural en la cultura posmoderna. Como he dicho, el párrafo de la Nación sobre las pruebas de Holocausto es mentiroso, pero aunque no lo fuera mi argumentación sería la misma. Aquí tenemos un señor – que además es Obispo – que niega la veracidad de dos aspectos del Holocausto (número de víctimas y método de su muerte) y este señor es invitado por el Vaticano a formular “una retractación pública e inequívoca”. ¿Por qué? ¿Cuál es la ley vigente en la jurisdicción en que habló el Obispo para obligarlo a esa retractación? ¿Por qué no se le exige esa misma retractación a quienes niegan – en innumerables seminarios católicos – verdades de la fe? ¿Dónde dice que los Obispos no pueden opinar distinto que el Papa en una cuestión estrictamente temporal e histórica? Lo que dijo Williamson es – según el editorial – “un desatino moralmente imperdonable” ¿Por qué? ¿Cuál es la falta moral cometida con su opinión? ¿Herirá a los judíos? ¿Y por qué se pueden discutir cuánto se quiera las matanzas comunistas en Ucrania, en Polonia, en China, en Laos, etcétera y sólo las matanzas de judíos están protegidas por leyes penales? Pero donde la hipocresía y la cobardía de La Nación llegan a su máximo es en este párrafo digno de Tartufo: dice que habrá que debe reconciliarse “al género humano consigo mismo” para lo cual “habrá que apartar de allí donde corresponda a quienes se opongan a aquella empresa irrenunciable de la humanidad” ¿Qué es esto sino una advertencia a quienes no siguen la ideología progresista que arriesgan que se los aparte de sus trabajos y sus cátedras si no se rinden a ella? De nada sirve que tres líneas más abajo se recomiende “poner cuidado en la preservación del espíritu crítico individual” ¿Qué espíritu crítico puede sobrevivir a la tremenda presión del pensamiento único que se lanza como una jauría sobre quien disiente de un episodio histórico?
Muchas y graves preguntas que desafío al anónimo editorialista que conteste. Se que no lo hará porque lo que flota por sobre este episodio, más que la repugnante cobardía de La Nación es otro sentimiento: el miedo. Esta es la verdadera pregunta, la que las contiene a todas ¿a quién le teme el diario, a quién le teme el Papa, a quién le temen los periodistas e intelectuales que no salen a protestar airados contra la obligación de crucificar – en el mundo entero – a quien disiente de uno de los dogmas de nuestro tiempo? ¿No habrá un Cardenal, un Obispo, un intelectual capaz de salir al cruce de esta asquerosa intriga y mostrar cómo se ha hundido lo que una vez fue el paradigma cultural del Occidente ilustrado, dejando sólo un árido horizonte de pensamiento único, para colmo en una crisis terminal ?
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