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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

15 de abril de 2009

De grumos y grumetes




Por Miguel Angel Loma

Tomado de Vistazo a la Prensa






ajo el título «Mala gente», la periodista Rosa Montero escribía el 31 de marzo pasado un breve artículo en El País donde, entre otras cosas, pontificaba que «Los obispos del lince, que usan la imagen de un bebé crecido cuando lo que está en cuestión es un grumo de células, manipulan demasiado para ser buenos tipos», y que «Mostrar vídeos de fetos descuartizados a alumnos adolescentes, como ha pasado en Logroño, es propio de seres morbosos y malos».

Puede ser que a la vista de un ignorante en biología (también yo lo soy), un embrión en su etapa inicial pueda percibirse superficialmente como un grumo de células, pero eso es equivocar la naturaleza de las cosas. ¿O acaso argumentaríamos que no procede la extirpación de un cáncer en su fase inicial, por tratarse de un simple grumo de células? El debate del aborto no es sobre la apariencia, sino sobre la esencia.

Como también se equivocaba doña Rosa rechazando la imagen del niño y el lince, por muy crecidito que aparezca el niño, pues aun comparándose la actual protección legal de ambos en sus fases embrionarias y fetales, el ser humano sale perdiendo. Basta con ver las penas que el código penal español establece ante el ataque sobre uno y sobre otro, para comprobar que resulta más castigado el realizar actividades que impidan o dificulten la reproducción de especies de fauna silvestre amenazada (prisión de cuatro meses a dos años o multa de ocho a 24 meses, art. 334), que lo previsto para la mujer que aborte fuera de los tres supuestos legales (prisión de seis meses a un año o multa de seis a 24 meses, art. 145). Y eso que, pese a lo que dice la ley, habría que remontarse no sé cuantas decenas de años, para encontrar el caso de una mujer castigada con prisión por haber abortado en España; lo cual no sé si es bueno o malo, ya que dudo de si la prisión es la pena más idónea para este tipo de conductas. Por eso mismo, el discurso proabortista de aquellos que utilizan como ariete argumental de sus letales posiciones que, quienes defendemos la vida de los seres humanos concebidos, sean o no deseados por sus madres, somos unos sujetos inmisericordes que pretendemos llenar las cárceles de mujeres que han abortado, o son unos absolutos ignorantes de la realidad judicial española o unos demagogos tan falaces como mezquinos, aunque en este campo siempre cabe la doble especie.

Por otro lado, las desagradables imágenes de «fetos descuartizados» ni son obra de la Conferencia Episcopal, ni su morbosidad es fruto de montajes truculentos por ingeniosos manipuladores de vídeos. Son la dura y cruda visión del «producto» final de una parte importante de los abortos que se realizan en nuestras «clínicas» abortistas; eso sí, antes de acabar en su última morada: el interior de bolsas de basura sanitaria, el contenedor de la esquina o las trituradoras del doctor Morín. Pero, por aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente, se intenta excluir la relación inescindible de este tipo de imágenes con el aborto, como si se tratase de dos realidades diferentes y hasta opuestas; no sea que alguien pueda pensar que más que de grumos hablamos de grumetes, tirados por la borda cuando apenas se les había embarcado en el viaje de la vida.

Y mientras que una imagen de fetos descuartizados valga más que mil palabras, mil discursos o mil artículos, el tema no resulta tan fácil de despachar como lo hacía Rosa Montero mediante una simplona y burda descalificación de los obispos, que a ella le resultan de peor condición que el mismísimo porquero de Agamenón. Favor que le hace a los obispos.

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