por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
Tomado de La Enciclopedia y el Enciclopedismo
Ediciones OIKOS, Buenos Aires, 1983
Un libro en la historia
ara ubicar con precisión a la Enciclopedia en la historia deberíamos comenzar por un ceñido análisis de su siglo, el decimoctavo de nuestra era. Tal empresa excede los límites de este trabajo, en el que nos limitaremos a señalar sus más notorias y principales características.
Al siglo XVIII se lo ha llamado "la edad de la razón", "el siglo de Voltaire", la época del despotismo ilustrado. Nombres todos que, en definitiva, aluden a un mismo fenómeno, aquel que Paul Hazard ha caracterizado magistralmente como "la crisis de la conciencia europea" (10). Lo que equivale a decir que en cierto sentido la época es el pivote entre dos concepciones del mundo, entre dos maneras de afrontar la realidad.
Tal carácter, sin embargo, no agota su significación. El siglo, en realidad, puede contemplarse como tres cosas a la vez, las que constituyen facetas de un momento particularmente rico y particularmente crítico de Occidente: como culminación de una época de transición, como continuidad de una cierta "singularidad occidental" y como tránsito o pórtico de un mundo nuevo. Y estos mismos caracteres sirven, a su vez, para definir el papel de la Enciclopedia en la historia.
Comencemos por su aspecto de culminación. Mousnier y Labrousse (11) recuerdan que la magna obra es "la Suma filosófica del siglo XVIII, destinada a sustituir la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino". La comparación no puede ser, en nuestra opinión, más exacta. Porque el siglo XIII es el último siglo plenamente medieval y el XVIII el primero plenamente "moderno", con lo que en el medio quedan encerrados los cuatro siglos de transición que los historiadores rutinarios siguen clasificando dos en la Edad Media y dos en la Edad Moderna.
Basta analizar esos cuatro siglos, con sus "movimientos" cataclísmicos en todas las esferas de la cultura, para comprender en qué forma y hasta qué extremos ha cambiado el hombre occidental. Del Renacimiento a la Reforma, de ésta al Racionalismo, una a una son trastrocadas las bases ideológicas de nuestra civilización. Así la Ilustración no es sino la puesta en fórmulas, al tiempo intelectuales y simplificadas, de lo que ya está en la mente de una ancha proporción de las clases dirigentes europeas en la forma aún confusa del estado de conciencia. Poco a poco se ha ido armando un modo de ver el mundo, una visión de lo que importa, que sustituye al modo y visión tradicionales. Pasa como en el conocido "trompe l'oeil", que representa al mismo tiempo un vaso y dos perfiles. Ojos distintos ven en las mismas líneas dos cosas diametralmente diferentes. De la misma manera, la ambigua realidad del cosmos es interpretada a partir de ciertas "líneas", de ciertos perfiles que se valorizan más que otros, dando una significación global al conjunto. Descubrir el vaso, en la mencionada ilusión óptica, es hacer predominar sobre otra una forma del espacio limitado que nos ofrece. Descubrir los dos perfiles es, por el contrario renunciar a admitir como importante un contorno y apreciar otro. La diferencia, mínima y esencial, está en las líneas, planos y perfiles que se advierten como significantes y los que se desechan como insignificantes.
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