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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

26 de enero de 2011

Hilaire Belloc: Defensor de la Fe









por Frederick D. Wilhelmsen.



Tomado de Devoción Católica







i durante los últimos cincuenta años hubiésemos contado con diez Hilaire Bellocs en el mundo católico de habla inglesa podríamos haber convertido a hijos y entenados y evitado el gran lío en que nos encontramos hoy en día. Hilaire Belloc siempre asociado en nuestra memoria a su gran amigo G. K. Chesterton quiso que la defensa de la Fe fuera su principal misión en esta vida. Y empuñó una espada poderosa.



Habiendo arrancado con semejante declaración, a lo mejor haría bien en comenzar con una de las historias que se cuentan de él era un hombre alrededor del cual se tejían innumerables leyendas y no tengo cómo saber si ésta es verdadera. Parece ser que cuando, ya bastante anciano, se lo honró con una condecoración papal, Belloc se negó a suministrar el dinero necesario para adquirir la medalla refunfuñando: “¿Qué dirían en el Vaticano si cambiara de parecer?”.

Hilaire Belloc no había sido hecho para caber en hechura de hombre. Si bien frecuentemente carraspeaba contra su edad, no me refiero a sus años (¡de eso se quejaba siempre!) sino a la época que le tocó vivir, habría que decir que en cualquier otro tiempo Belloc habría sido un personaje imposible. Criándose como lo fue durante el crepúsculo del reinado de la Reina Victoria, parpadeando brillantemente en versos absurdos y políticas radicales en tiempos de Eduardo VII, era un niño prodigio que su tía daba en llamar “Viejo Trueno”. Hilaire Belloc descansaba sobre una amplia franja de la sociedad más acomodada de la sociedad inglesa que lo leía, primero con adoración, más adelante soportándolo buenamente y finalmente reduciéndolo a un completo aislamiento. “Hubo un tiempo en que resultaba bienvenido allí”, comentó con nostalgia cuando el automóvil que lo conducía pasó por delante de una mansión de un hombre extremadamente rico. Al principio su intransigente defensa de todo lo católico divirtió a los cultivados y básicamente escépticos caballeros de la mejor sociedad, siempre a la caza de novelerías; mas luego se ofendieron y finalmente decidieron que era intolerable.
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