por el R.P. José María Iraburu
Tomado de su blog Reforma ó Apostasía
–No, ciertamente. Pero sí quiero señalar, poniendo como ejemplo al Obispo de Poitiers, lo que puede hacer un Obispo, uno solo, cuando toma en serio su condición de Sucesor de los Apóstoles, y no se autolimita en un corporativismo episcopal que, en tiempos de crisis, puede ser muy lamentable.
Los seminarios de Saint-Sulpice, donde Pie se formó –en el de París, concretamente–, daban una buena formación espiritual y cultural; pero entre los profesores algunos eran de tendencia galicana, otros ultramontana. Y la enseñanza doctrinal era ecléctica, ciertamente no tomista, y de escasa calidad.
Católico romano, no galicano. La mayoría de los obispos de Francia eran en aquel tiempo de tendencia más o menos acentuadamente galicana. El galicanismo estimaba que las bulas de los Papas no obligaban en ninguna diócesis de Francia sino después de ser aprobadas por el Gobierno y promulgadas por los obispos. Durante el concilio de Trento fue precisamente la presión del episcopado francés la que impidió la definición del primado del Papa. En 1682, a petición de Luis XIV, la Asamblea General del Clero proclamó «los cuatro principios del galicanismo», que resumo con poca precisión muy brevemente: Pedro y Pablo y sus sucesores recibieron una potestad espiritual, pero no civil; los concilios son superiores al Papa; los cánones eclesiásticos son válidos, pero también obligan las tradiciones de la Iglesia de Francia; el Papa no es infalible sin el consentimiento de la Iglesia. Esos cuatro principios fueron condenados por Alejandro VIII, y también por Inocencio XI. Y en 1693 Luis XIV se vio obligado a retirarlos, pero la doctrina galicana nunca fue abjurada y de hecho siguió vigente hasta el concilio Vaticano I.
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