por Juan Manuel de Prada
Tomado de Fundación Burke
¿Cómo se logra que alguien piense lo que yo quiero que piense?
Introduciendo en su inteligencia injertos emocionales que se convierten en muletillas del pensamiento y resetean la inteligencia; injertos cuya implantación colectiva convierte automáticamente a quien los rechace en un proscrito o outsider condenado a la intemperie. En el Matrix progre, la «ciudadanía» (esto es, el pueblo convertido en rebaño reseteado) vive plácidamente con sus injertos, que llega a interiorizar como mecanismo de supervivencia. Y así, por ejemplo, a la «ciudadanía» humillada se le impone mediante injerto que la guerra de Irak, en la que mueren niños despedazados por las bombas de los terroristas, es una vergüenza universal; en cambio, la guerra de Afganistán, donde igualmente mueren niños despedazados por las bombas de los terroristas, se erige como por arte de birlibirloque en un combate justo contra «el terrorismo islamista que ha declarado la guerra al mundo civilizado y a todos los que no están dispuestos a someterse a su terror» (Chacón pixit y dixit). Entre los injertos emocionales que garantizan la supervivencia en el Matrix progre se cuenta la consideración de la Guerra Civil como un tebeo de buenos y malos; donde los malos eran los abuelos de la gente de derechas, quienes -si no desean convertirse en proscritos condenados a la intemperie- tendrán por cojones que asimilar la doctrina oficial.
A este reseteado de la inteligencia se le llama ingeniería social. Sus armas incluyen la propaganda de los medios de adoctrinamiento de masas y se extienden al ámbito escolar, mediante la introducción de la llamada sarcásticamente «Educación para la Ciudadanía»; su finalidad última (o finalidad única) no es otra que asegurarse sucesivas remesas de votantes que perpetúen el poder establecido en el Matrix progre. Pero los injertos que resetean la inteligencia tardan a veces en ser asimilados por la «ciudadanía»; y hasta ocurre que hay tipejos contumaces que se resisten a ingresar en el rebaño reseteado. Para compensar esta fatalidad el poder establecido acude entonces al método más expeditivo de la compra directa de votos, que por supuesto disfraza con acuñaciones campanudas; la más eficaz de todas ellas es la llamada «extensión de derechos», que consiste en elegir un grupo social cualquiera -cuanto más numeroso mejor- y proveerlo de una limosnilla, pecuniaria o jurídica (antijurídica, más bien, pues se trata de «conceder» derechos que no existen), que asegure su adhesión incondicional a los postulados del Matrix progre y su automática conversión en rebaño de votantes a piñón fijo.
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