Este, que había llegado a ser emperador en el 193, durante los primeros años, aun sin abolir el régimen perseguidor, no pidió su aplicación, y así la comunidad cristiana gozó de algunos años de paz. Inclusive según el testimonio de Tertuliano, el mismo Settimio Severo, disolvió una manifestación popular contra los cristianos. Pero el mismo Tertuliano con su desdén polémico sostiene que particularmente en Africa no se practicaba la misma tolerancia. Y en todo caso, esa tolerancia terminó en todo el imperio hacia el 200-202, y fue un explícito edicto de Settimio Severo el que prohibió "bajo pena grave, cualquier propaganda judía, y tomó la misma decisión respecto de los cristianos", como afirma la Historia Augusta.
Por primera vez se publicaba un edicto explícitamente contra los que querían convertirse. Entre los mártires ilustres de esta persecución se encuentran Perpetua y Felicidad, martirizadas en Cartago junto con Saturnino, Secondulo, Revocato y Saturo; probablemente murió también mártir San Ireneo; y con seguridad y en presencia de Settimio Severo murió mártir San Andeolo. La paz volvió en el 211 con la llegada al trono de Caracalla y continuó prácticamente bajo los sucesores Macrino, Heliogábalo y Alejandro Severo.
Por esto, sólo impropiamente San Ceferino puede ser considerado mártir, como dice el cardenal Baronio (y también el Martirologio Romano) "de su arbitrio y contra toda la tradición que siempre veneró a San Ceferino como confesor". Pero aunque no haya habido persecuciones, San Ceferino no tuvo un pontificado fácil. Tuvo que afrontar los problemas dogmáticos de los adopcionistas y de los modalistas, que tenían un concepto errado de las relaciones entre el Padre y el Hijo, y volvió a recibir en la Iglesia, pero reducido al estado laical, al presbítero Natal, que había adherido al adopcionismo. San Ceferino fue sepultado en las catacumbas de San Calixto, en un edificio "sub divo", en donde después fue sepultado también San Tarsicio (o San Tarcisio).
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