“Porque conociendo yo que mis pecados eran los que me tenían preso, decía a gritos con lastimosas voces: ¿Hasta cuándo, hasta cuándo ha de durar el que diga yo, mañana, mañana? Pues ¿por qué no ha de ser desde luego y en este día? ¿Por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades? Estaba yo diciendo esto, y llorando con amarguísima contrición de mi corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz como de un niño o niña (era la de su ángel de la guardia) que cantaba y repetía muchas veces: ¡Toma y lee, toma y lee! (…) Yo, mudando de semblante (…) y, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté de aquel sitio, no pudiendo interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo en que de parte de Dios se me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo y leyese el primer capítulo que casualmente se me presentase. (…) Tomé el libro, lo abrí y leí para mí el capítulo que primero se ofreció a mis ojos, y eran estas palabras: “No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones; sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo”. (…) Luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas”
Santoral Católico del 28 de Mayo
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- *San Germán de París*, Obispo y Confesor
- *San Agustín de Cantorbery*, Obispo y Confesor
- *San Bernardo de Montjoux*
- *San Ignacio de...
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