por el R.P. Alfredo Sáenz
Con temor y temblor nos aprestamos a esbozar la semblanza de esta Santa, tan encantadora como apabullante, de esta «allegra e festosa vergine», según garbosamente la denominó uno de sus contemporáneos. No son demasiado numerosas sus biografías. La principal se la debemos a fray Raimundo de Capua, una de las glorias de la Orden de Santo Domingo, «el padre de su alma», confidente y director espiritual suyo durante los seis últimos años de su vida. El libro que le dedicó se llama «Leyenda de Santa Catalina». La palabra «leyenda» no debe entenderse en el sentido que hoy le damos. –Leyenda, legenda, en latín– significa «lo que hay que leer sobre Catalina», como se llama «leyenda» el texto que figura al pie de un grabado.
Nació Catalina en Siena el 25 de marzo de 1347, en la casa de su padre, el tintorero Giacomo Benincasa. Su madre, Lapa di Puccio del Piagenti, era familiarmente llamada Monna Lapa. Como Catalina fue la vigésimocuarta y última hija de dicho matrimonio, doña Lapa la crió por sí misma, cosa que no tuvo tiempo de hacer con los demás hijos, dada la frecuencia de los partos. Era Catalina una niña vivaz y simpática, tan graciosa, que la llamaban Eufrosina, que es el nombre de una de las Gracias veneradas por losgriegos. Todos los vecinos la querían.
Poco sabemos de los primeros años de su vida. Nos cuenta su biógrafo que a los cinco o seis años tuvo una visión: encima de la iglesia de Santo Domingo, Cristo se le mostró en ornamentos pontificales, bendiciéndola en silencio, a la manera de un Obispo en su catedral. Tal fue su «visión inaugural», el preanuncio de una vocación especial en la Iglesia. Hizo entonces voto de virginidad, recluyéndose en la soledad y mortificando su cuerpo. Su madre no quería saber nada de este género de vida, de modo que cuando llegó a la adolescencia, no vaciló en buscarle un joven de excelente familia. En connivencia con Monna Lapa, su hermana trató de convencerla de que tenía que arreglarse un poco más, cuidar mejor su modo de vestir, etc. Catalina no se opuso, al punto de que un aire de mundanidad entibió su primera decisión. Pero ello duró poco.
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