por el R.P. Alfredo Sáenz S.J.
No olvidemos que debemos formar para nuestro tiempo. Algunos interpretan esta afirmación como si debiéramos preparar a nuestros jóvenes para "adaptarse" al mundo moderno, para integrarse en él. Nada más lejos del ideal de la educación católica. Hay dos maneras de ser modernos: haciendo lo que hacen todos, y sabiendo enfrentar los errores del propio tiempo con espíritu creador. Será preciso formar personalidades fuertes, capaces de discernir lo bueno de lo malo, que amen la justicia y odien la iniquidad, que abracen la verdad y aborrezcan el error. Eso es lo que necesitamos. Por ello, hoy menos que nunca tenemos derecho a formar mentalidades gregarias, católicos flanes.El título de nuestra exposición es, sin duda, demasiado vasto. Vamos a limitarnos a algunos aspectos que juzgamos sustanciales.
Breve historia de la educación
El tema de la educación es un tema perenne. Ya los griegos se preocuparon por la formación del hombre integral. Y lo pensaron sobre todo con base en dos actividades, la gimnasia y la música. La gimnasia para la formación del cuerpo, y la música (o bellas artes) para la educación del alma. Así trataban de lograr el hombre de la "areté", de la virtud.
Llegada la época del cristianismo, se planteó enseguida en la primitiva Iglesia el problema de la vinculación de las materias profanas con la revelación cristiana. Ello fue motivo de largas discusiones que tuvieron por protagonistas a algunos Santos Padres y escritores eclesiásticos; discusiones que versaron acerca de la relación entre el Evangelio y la cultura griega o, al decir de Tertuliano, entre Pablo y Aristóteles. Razón y Revelación, filosofía y cristianismo, naturaleza y gracia: he ahí los dos elementos que a veces pudieron ser considerados en relación dialéctica.
El hecho es que con el tiempo se fue produciendo la anhelada síntesis entre la Revelación - que provenía del ámbito del pueblo elegido - y la cultura del mundo greco-romano - derivada del ámbito de lo que los judíos llamaban "las naciones" o los gentiles. Ambas cosas: la revelación y la cultura, aunque de distintos modos, brotaban de la misma Providencia divina. Al fin y al cabo, Cristo no era sino la plenitud de los tiempos, no sólo la plenitud de la revelación sino también la plenitud de la sabiduría, el Logos encarnado.
Tras las invasiones de los bárbaros y la ruina consiguiente, resurge la idea patrística gracias, principalmente, a los intentos de la escuela palatina de Carlomagno, dirigida por Alcuino. Allí se fue organizando la primera educación católica que alcanzaría un momento de apogeo en la Edad Media.
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Tomado de Revista Arbil
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