Por el R.P. Alfredo Sáenz. S.J.
El 28 de septiembre de 1970, el papa Pablo VI declaró a Santa Teresa, Doctora de la Iglesia Universal. No fue un acto que llamase en exceso la atención a no ser por el hecho de haberse elegido por vez primera a una mujer para esa dignidad.
Decimos que no fue extraño por cuanto en la praxis de la Iglesia ya era considerada como una auténtica maestra del espíritu, la Doctora mística, según se la llamaba. La misma oración de su fiesta litúrgica nos invitaba a «alimentarnos de su doctrina celestial». En 1922, la Universidad de Salamanca le había conferido el Doctorado honoris causa en Teología, y la reina Victoria, esposa de Alfonso XIII, había colocado en su estatua una insignia y birrete académicos, como ya aparecía ornada en no pocas imágenes suyas. Antes incluso, en 1910, San Pío X, en una carta al General de los Carmelitas, le había hecho notar que lo que los Padres de la Iglesia enseñaban confusamente y al margen de cualquier tipo de sistema, esta santa lo había reducido con suma maestría y elegancia a un cuerpo de doctrina, llegando a decir el mismo Papa en 1914:
«Fue tan a propósito esta mujer para la formación cristiana, que en poco o en nada cede a Padres y Doctores de la Iglesia».
Como se ve, la resolución de Pablo VI por la que entronizó a Santa Teresa en la galería de los Doctores de la Iglesia no resulta nada chocante. En la homilía de la Misa en que la proclamó tal, dijo que su acto se unía al reconocimiento general que le había conferido el pueblo cristiano a lo largo de siglos:
«Todos reconocíamos, podemos decir que con unánime consentimiento, esta prerrogativa de Santa Teresa de ser madre y maestra de las personas espirituales... El consentimiento de la adición de los santos, de los teólogos, de los fieles y de los estudiosos se lo había ganado ya. Ahora lo hemos confirmado Nosotros, a fin de que, nimbada por este título magistral, tenga en adelante una misión más autorizada que llevar a cabo dentro de su Familia religiosa, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración».
Pareció, pues, un merecido broche de oro cuando, en la ceremonia oficial, luego que un Prelado español leyó las alabanzas que Santa Teresa había recibido de Papas y maestros, Pablo VI agregó: «Por lo tanto, declaramos a Santa Teresa de Jesús, virgen de Avila, Doctora de la Iglesia Universal».
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