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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de septiembre de 2008

Tolerancia y cronolatría


por el Prof. Rubén Calderón Bouchet

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Tomado del Blog de Cabildo
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La tolerancia es la gran virtud liberal y, como todas las virtudes liberales abre un amplio crédito al error, los vicios y los males. Pensándolo bien, no solamente no es una virtud, es decir un hábito bueno que refuerza una disposición natural, sino que puede ser todo lo contrario: un vicio inspirado por el temor de corregir o de señalar los inconvenientes de una actitud molesta o agresiva. En el mejor de los casos puede ser prudente tolerar un mal que no se puede evitar, pero ¿hasta cuándo y hasta dónde? Son los límites que la propia prudencia determina y a partir de los cuales la tolerancia penetra en el terreno de una permisividad blanda y perniciosa.


El liberalismo nace en los cerebros burgueses cuando el reinado de los financieros comienza a reemplazar las antiguas potestades, y como esta substitución no se puede hacer sin emplear un poco de astucia, nada mejor que declarar libres a las opiniones políticas, económicas y religiosas y hacer de esos terrenos un “no man’s land” donde se instale el arbitrio de las oligarquías plebiscitarias bajo el soborno sagaz de las finanzas. ¿Quién dice eso? El Dr. don Carlos Marx, un especialista en revoluciones y un excelente conocedor de la historia europea, además de ser el mejor discípulo de Hegel y un falso profeta. Pero estas últimas notas, que harían rabiar al finado Padre Sepich y sus discípulos de la Universidad Nacional de Cuyo, podrán ser objeto de un comentario aparte que prometemos realizar con el superficial esmero que ponemos en todas nuestras reflexiones.


Si no hay ninguna verdad política, ni económica, ni religiosa, la tolerancia es el naipe obligado en estos juegos de azar, donde se trata de engañar al mensaje y obtener el poder que da el consenso de las masas manipuladas por la publicidad. Para que tal actitud pueda imponerse hay que terminar con la sabia organización de las sociedades naturales y con el orden impuesto a las finanzas y a la política misma por la influencia del saber religioso. ¡Santo Dios! ¿De dónde diablos saca usted todas esas perimidas sandeces? ¿Quién le ha dicho que hay un orden natural práctico impuesto por el juego espontáneo de las desigualdades sociales?


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