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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

18 de octubre de 2008

18 de Octubre, Festividad de San Lucas, Evangelista


Con sencillez impresionante da entrada el tercer evangelio a una escena donde lo humano va poco a poco cediendo paso a lo divino. Era el día de la resurrección de Cristo y, buscando salida a las fuertes y encontradas emociones de toda aquella jornada, dos de los discípulos de Cristo se dirigían aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén ciento sesenta estadios (Lc. 24,23). Junto al nombre de Cleofás, uno de "los dos", sólo una alusión que deja en la penumbra al compañero. Silencio "intencionado", sin duda, sobre el nombre del "otro" discípulo, que por lo mismo habría que identificar con ei propio San Lucas, autor del relato, Asi lo creyó San Gregorio Magno, apoyado, por lo demás, en el testimonio de "algunos" estudiosos de entonces (ML 75,517), y así despues de él lo aceptó un grupo de autores antiguos y modernos. Cuestión al parecer sin importancia, pero que la tiene en el fondo

Si el "otro" discípulo, compañero de Cleofás, fuese el autor del tercer evangelio, habría que pensar en un Lucas no de origen gentil, sino judío y discípulo en vida del Señor, como, entre otros, lo apuntó San Epifanio (MG 41, 280.908). Es un testimonio que queda muy solo frente al origen del nombre griego Lukas, Lukanos o Lukios y frente a las explícitas afirmaciones de los célebres Prólogos (antiguo y monarquiano ) de Ireneo, del Fragmento Muratoriano, de Eusebio, de Jerónimo... Discípulo, sí, de Cristo, pero no de aquellos "que desde el principio fueron testigos oculares y ministros después de la palabra" (Lc. 1,2), sino a través de Pablo.

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