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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

12 de octubre de 2008

Apología de la Hispanidad (1)

Comentario inicial: como los lectores del blog no habrán dejado de notar, soy ferviente defensor y partidario de la Hispanidad.

Para este día en particular, que debería celebrarse con todo fausto en 20 naciones hermanas, pero pasa acallado por las voces, ¡ay!, hoy dominantes: indigenistas, anticatólicas y antiespañolas, he reservado este magnífico discurso, que si bien fue pronunciado de un solo tirón, lo publicaré en tres partes, para que pueeda ser leído, meditado y saboreado en toda su extensión. No tiene ni una coma de más, ... ni de menos.

Esta es la voz de un Obispo Católico. Esta es "sal que sala la Tierra". ¡Ay!, otra vez, ¡Qué diferencia con las voces de nuestros políticamente correctos, hodiernos obis...pillos!. Otras voces, otros discursos.

A todos los hispanos que se sienten hijos de la Madre Patria, un fuerte abrazo en Xto Rey.

El Cruzamante

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Discurso pronunciado en el Teatro «Colón»,
de Buenos Aires, el día 12 de octubre de 1934,
en la velada conmemorativa del «Día de la Raza»
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por S. E. R. Dr. Isidro Cardenal Gomá Tomás,
arzobispo de Toledo y Primado de España.
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(para conocer a este insigne Príncipe de la Iglesia haga click sobre su imagen)
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Nunca, en funciones de orador, me sentí sobrecogido como en estos momentos. Me encuentro como desplazado, porque todo aquí es para mí nuevo: el sitio, un teatro fastuoso en vez de un templo; un auditorio cultísimo, en que se concentra la flor de una civilización; el tema, que deberá versar sobre la Raza, y que sólo de lejos podrá rozarse con las doctrinas del magisterio episcopal; y, sobre todo, el enorme desnivel entre esta asamblea y este orador. Porque yo he venido aquí sin el bagaje de un ideario que pueda llenar las exigencias de vuestro pensamiento, sin esta autoridad que sólo puede dar un nombre especializado en cuestiones de americanismo o consagrado por la elocuencia, y sin lo que en estos momentos se requiere para dar tono a un discurso: una palabra rica para reproducir, como en un arpa, los movimientos del espíritu o el relampagueo de una imaginación que no tengo; cálida, para que produzca en los corazones el entusiasmo o la emoción; fuerte, intencionada y dúctil, para fundir en uno vuestro pensamiento y el mío: que en todo esto consiste la elocuencia, y ésta, la soberana de las almas, fué siempre más propicia a los jóvenes que a los viejos, para quienes, dice Cicerón, naturaleza ha reservado los dones pacíficos y lentos del buen juicio y del consejo.

Pero no me arredra este cúmulo de factores adversos. Son más y de mayor fuerza los que me alientan. Es la invitación, llena de fraternal afecto, del señor Arzobispo de Buenos Aires, que, interpretando el sentir hispano de este gran pueblo, del que es pastor insigne, llama al Primado de España para que interprete el sentido de hispanidad de esta fiesta de la Raza y evoque por unos momentos nuestra unidad de origen, de historia y de destinos, en la caduca Europa y en esta América, lozana y pujante. Es esta lengua, vuestra y mía, que acá injertaron los españoles en los pueblos aborígenes y que dentro de un siglo será el vínculo social de cien millones de seres humanos. Es el alma latina, y especificando más, el alma española, asiento de la hidalguía, madre de la claridad espiritual meridiana, que ha llenado ambos mundos con el hálito del amor que funde y con este sentido cristiano que acá y allá forma el subsuelo de la vida. Es esta fe la fe de Cristo, que empujó a nuestros mayores a salvar el Atlántico; que arrancó de la idolatría a los viejos pobladores de América; que realizó la visión de Miqueas, porque por ella pudo levantarse en todo meridiano la Hostia pura y Blanca, oblatio munda, desde las bajas Antillas a los Andes, de la tierra de Magallanes a Beering, y desde la que hoy el Amor de los Amores, vuestro Jesús y mi Jesús, ha dominado inmensas multitudes, fundido el pensamiento en el mismo dogma y el corazón en la misma caridad. Es la misma autoridad espiritual, el gran Papa Pío XI, que ha querido dar a este Congreso Eucarístico un sello particular de unidad, enviándole la representación más alta y más identificada con él, el Emmo. Cardenal Pacelli, a quien todos, vosotros y yo, rendimos el homenaje de nuestra admiración, por ser quien es y de nuestro rendimiento por lo que representa.

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para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del Cardenal. (allí encontrará un enlace para conocerlo).

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