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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

7 de mayo de 2009

El Reyno de Indias




Por el Dr. Ricardo Fraga



Tomado de Arbil





Análisis filosófico e histórico de las ideas que rompieron la unidad hispanoamericana y la concepción acertada


a primera falsificación en nuestra común historia hispanoamericana ha sido la mutilación de nuestro mapa, esto es, la omisión del enfoque geopolítico: la visión integral y conjunta de las Américas -el antiguo Reyno de Indias-, fragmentado desde el siglo pasado en multitud incontable de repúblicas, en diversa medida artificiales y pretendidamente «soberanas».

El «Reyno de Indias» con todo, no es el producto de la imaginación calenturienta de ningún nostálgico historiador.

Establecido por Don Carlos I de Castilla por Real Cédula de 1519 (ratificada por Ordenanza de Felipe II de 1573) tuvo vigencia jurídica en la Recopilación de las Leyes de Indias de 1682 (Ley I, Título I, Libro III) y en la Novísima Recopilación de 1805 (Ley VIII, Libro III, Título V) y efectivo imperio político hasta su funesta desintegración en las guerras civiles decimonónicas.

Desintegración expresamente prevista como posible por el emperador Carlos V, y a la cual conjuró durante tres centurias con cláusulas fundacionales como ésta: "Y porque es nuestra voluntad y lo hemos prometido y jurado que siempre permanezcan unidas para su mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la enajenación de ellas. Y mandamos que en ningún tiempo puedan ser separadas de nuestra Real Corona de Castilla, desunidas ni divididas en todo o en parte, ni a favor de ninguna persona. Y considerando la fidelidad de nuestros vasallos y los trabajos que los descubridores y pobladores pasaron en su descubrimiento y población para que tengan mayor certeza y confianza de que siempre estarán y permanecerán unidas a nuestra Real Corona, prometemos y damos nuestra fe y palabra real por Nos y por los Reyes, nuestros sucesores, de que para siempre jamás no serán enajenadas ni apartadas, ni en todo, ni en parte... por ninguna causa o razón o a favor de ninguna persona y si Nos o nuestros sucesores hiciéramos alguna donación o enajenación contra lo susodicho sea nula y por tal lo declaramos...".

Fernando VII, cautivo de Napoleón en Bayona, quebrantó -más o menos forzadamente- dicha solemne prohibición. De ahí toman origen nuestros males a partir de 1808.


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