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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

8 de mayo de 2009

Prometeo desencadenado o la ideología moderna (5 y último)






por el Dr. Enrique Díaz Araujo



Tomado de La Enciclopedia y el Enciclopedismo
Ediciones OIKOS, Buenos Aires, 1983







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Profecía

El Discurso es un nuevo libro contra el género humano...
Jamás se ha derrochado tanto ingenio en querer convertirnos en bestias.
Cuando se lee vuestro libro entran ganas de andar a cuatro patas.

VOLTAIRE a ROUSSEAU


or lo general se opina que la esencia de la doctrina política de la Ilustración, como de la Revolución Francesa, es la democracia. Se dice que con ellas se alumbró un nuevo sistema de gobierno, consistente en el poder de decisión popular en reemplazo del despotismo monárquico. Aparte del hecho cierto de que si ha habido un gobernante débil ése fue Luis XVI, lo que acá interesa considerar es la afirmación vulgar sobre el proyecto democrático. Antes que nada recordemos que la forma de gobierno democrática ya existía desde la antigüedad —entendida como el sistema que permite una mayor participación popular en el gobierno— y no fue ningún invento de la Ilustración. Lo que en verdad nació con ellas es el democratismo, que es muy otra cosa. De lo que trata él es de entronizar al "pueblo", entidad mística, como fuente de todo poder y verdad. Lo que supone la llamada "soberanía popular" es el derecho divino del pueblo a gobernar. Por lo tanto, más que una forma de gobierno —la democrática, aceptable y legítima como otra cualquiera—, lo que defiende es una forma de vida, una ideología, una cosmovisión, que Benedetto Croce llamó "la estúpida religión masónica".
Un mecanismo ideológico cuya base es la supuesta igualdad absoluta política y natural de todos los hombres. Una larga experiencia en la aplicación de ese régimen filosófico-político ha demostrado acabadamente que él puede funcionar sin la menor participación real de la población concreta que dice sobreelevar al rango de fuente de la sabiduría. Es la "democracia" de los "democráticos" y para los "democráticos", que tienen una profunda fe en el pueblo; pero que para no contaminarla con pedestres miserias la mantienen lo más alejada que pueden de los hombres de carne y hueso.
Pero, y esto es lo más importante, no se crea que sólo la práctica lleva a esa dicotomía entre lo "democrático" y lo "popular". No. Es la misma teoría democratista la que establece esa separación. Para comprobarlo, nada mejor que estudiar detalladamente la doctrina roussoniana del poder.
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