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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

6 de mayo de 2009

El sentido de la Historia (2)




por Nicolás Berdiaev



Lo metafísico y lo histórico



a historia no es un dato empírico objetivo, sino un mito. A su vez, el mito no es una invención, sino una realidad, una realidad de orden diferente al del llamado dato empírico objetivo. El mito es el relato (conservado en la memoria popular) de un acontecimiento pasado, un relato que trasciende los límites de la facticidad objetiva exterior y revela la facticidad ideal subjetivo-objetiva. La mitología, de acuerdo con las profundas enseñanzas de Schelling, es la historia primordial de la humanidad. Pero, frente a los mitos que se sumergen en el pasado, nos encontramos con elementos míticos creados por cada época histórica.
Toda gran época histórica, incluso la moderna (tan desfavorable a la mitología) está saturada de mitos, por ejemplo, la época de la Revolución francesa, realizada en un pasado reciente a la clara luz del racionalismo. Su historia está llena de mitos, el primero de los cuales es el mito de la gran Revolución Francesa, que los historiadores respetaron durante mucho tiempo y que sólo más tarde comenzaron a destruir, como hizo, por ejemplo, Taine en su historia de la Revolución. Existen mitos análogos sobre el Renacimiento, la Reforma, el medioevo, para no hablar de épocas históricas más remotas en las que el pensamiento aún no había sido iluminado por la clara luz de la razón.
Es imposible comprender la historia cuando la consideramos como una realidad puramente objetiva, es necesario un nexo interior, profundo, misterioso, con el objeto histórico. No es sólo el objeto el que ha de ser histórico, también ha de serlo el sujeto; es preciso, pues, que el sujeto del conocimiento histórico sienta y descubra en sí mismo lo «histórico». Sólo en la medida en que descubre en sí mismo lo «histórico», comienza a comprender los grandes períodos de la historia. Sin este nexo, sin una «historicidad» interior, le resultará imposible comprender la historia. La historia exige una fe, no es simplemente una violencia ejercida sobre el sujeto cognoscente por los hechos objetivos exteriores; es un cierto acto de transfiguración del gran pasado histórico, un acto en el cual se realiza la conquista interior del objeto histórico, un proceso interior que crea una unión profunda entre el sujeto y el objeto. Si ambos están separados no puede haber conquista alguna.
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