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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de mayo de 2009

Oigo Patria tu aflicción


por Ismael Medina

Tomado de Vistazo a la Prensa

Enviado por María Luz López Pérez




Bernardo López García le habían erigido en Jaén un modesto monumento en el centro de una trapezoidal placeta ajardinada en una de cuyas cabeceras terminaba la calle de San Clemente y en la otra comenzaba el Arrabalejo. El Jaén de mi infancia era muy humano, muy cercano, muy familiar y, al menos para nosotros, los niños, felizmente revoltosos y libres, un escenario fantástico en el que aprendíamos, sin aspavientos, los recovecos de la vida y esa cosa tan natural, sencilla y misteriosa que es la muerte. Allí recalábamos con frecuencia para jugar, para pelearnos, para que los viejos nos contaran historias que nos parecían apasionantes, para incomodar a alguna discreta pareja que al oído se susurraba paraísos o hacer algún encargo en la tienda de Estremera, de ultramarinos, que entonces se decía. Acaso se llamara de otra manera, pero yo la recuerdo con ese nombre. Sí conservo intacto el indefinible y penetrante aroma de aquella tienda espaciosa y umbrosa en que se mezclaban los olores de la especias, de las sardinas arenques, de los embutidos, del papel estraza, un papel que también olía, del bacalao, de los panerillos de esparto y de otras mercaderías.
Alzada sobre un pequeño pedestal de piedra, la cabeza en bronce de Bernardo López García (las arcas municipales no debieron dar de sí para hacerle un busto) nos parecía desmesurada. Tanto, que de nuestros compañeros o del viandante que la portaban algo grande, aunque no tanto como un señor que padecía hidrocefalia y que la había vendido a la Facultad de Medicina de Granada para que la estudiaran cuando muriera, solíamos decir: "Tiene más cabeza que Bernardo López". Pero casi ninguno sabíamos quien había sido aquel poeta foráneo, pese a que recitábamos de corrido el más famoso de sus poemas, aprendido en la escuela.
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