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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

21 de mayo de 2009

Festividad de la Ascensión del Señor





por el R.P. Gustavo Podestá


Tomado de Catecismo










Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20


Jesús dijo a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.


SERMÓN (1991)


omo Saúl, David reinó durante cuarenta años. El mismo tiempo reinó Salomón. La alianza con Noé se realizó cuarenta días después del diluvio. A los cuarenta años es llamado Moisés desde la zarza de fuego: cuarenta días debe permanecer luego en la cima del Sinaí. Son cuarenta los años que deben errar los judíos por el desierto preparándose para entrar en la tierra prometida. Cuarenta días y cuarenta noches debe caminar Elías por el desierto hacia el Horeb, el monte de Dios. A los cuarenta días de su nacimiento es conducido el Señor al templo. Durante cuarenta días ayuna en el desierto. Cuarenta son los meses de su vida pública. Cuarenta son los días de cuaresma. Cuarenta eran las veces que debían repetir una lección los discípulos de los rabinos para que se considerara ya aprendida. Cuarenta las horas que pasa el Señor en el sepulcro antes de su resurrección. Una cuarentena son los días que tradicionalmente hay que dejar pasar sin síntomas para declarar curada una enfermedad.

Aquellos que saben de gematría o aritmosofía -es decir la ciencia simbólica de los números- afirman que el cuarenta es un número que suele expresar el coronamiento de un ciclo, el fin de un período, el cumplimiento de una etapa, el fin de algo y el implícito comienzo de lo que sigue, de lo que viene.

Y de hecho, para Lucas -que es el único de los evangelistas que habla de un período de cuarenta días mediando entre la resurrección y la ascensión- lo importante no es dar un dato cronológico sino destacar que las apariciones frecuentes del resucitado en los primeros tiempos de la pascua no son sino el momento previo y liminar de la historia de la Iglesia que habrá de desarrollarse en una presencia del Señor a través del Espíritu que prescindirá de sus apariciones visibles.

Porque la verdad es que los primeros teólogos cristianos que dejaron sus reflexiones en los libros que hoy tenemos del nuevo testamento no distinguían resurrección de ascensión. Más aún: los cuarenta días simbólicos de Lucas solo se tomaron como días verdaderos recién a partir del año 370 cuando por primera vez se festeja una fiesta especial de la Ascensión a los cuarenta días de la Pascua. Antes la Ascensión se festejaba junto con Pentecostés y, antes todavía, todo junto el día de la Pascua.

Así pues debemos saber que la imagen de la ascensión no es la descripción de un acontecimiento puntual y fechado, sino una de las tantas metáforas utilizadas por los autores del nuevo testamento para indicar el nuevo estado que adquiere Cristo después de su muerte, es decir una de las tantos modos de considerar el acontecimiento de la Resurrección. Resurrección que, como sabemos, no es un mero recuperar de parte de Jesús su existencia terrena pasada, sino un ser promovido de lo que en él había de humano al nivel señorial de su divina filiación. Fue 'exaltado ' dicen varios pasajes, 'fue glorificado ' dicen otros, 'fue recibido en gloria' , 'entró en su gloria', 'pasó al Padre', 'regresó a Dios', 'subió como Hijo de hombre ', 'fue al Padre ', todas expresiones equivalentes, intentando expresar lo inexpresable, lo humanamente inexperimentable.

Y hay todavía otras maneras de decir lo mismo: Sobre el transfondo de los salmos 68 y 110 siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies"), esta glorificación o exaltación de Jesús es descripta también como una marcha triunfal al cielo o como un proceso de coronación, de entronización a la derecha de Dios. Y así el Resucitado -se dice en el NT- alcanza el dominio soberano 'sobre el universo' o 'es constituido por encima de todas las cosas Cabeza de la Iglesia', como escuchamos en la segunda lectura, la de la carta de San Pablo a los Efesios. ("

Y lo mismo se expresa por medio de títulos: por su triunfo en la cruz Jesús es promovido, nombrado, 'Señor ', 'Kyrios ', 'mesías ', 'hijo ', 'intercesor ', 'guía ', 'salvador ' -así dicen diversos pasajes-, títulos que no tenía antes de la Pascua. En el siglo IV, San Hilario de Poitiers hablará todavía de la conquista del titulo de Señor y de Hijo de Dios que Jesús logra en la batalla del calvario y Marcelo de Ancira se referirá a Jesús como el hombre convertido por medio de la cruz en Señor, el ' kyriakós ánthropos '.

De tal modo que aún antes, digamos, de pensar en la resurrección, los primeros testigos de los sucesos pascuales lo que entienden haber presenciado es una verdadera transformación, metamorfosis, promoción, ascenso, del hombre Jesús a Cristo Señor, del hombre pasible y sufriente de antes de la Pascua al hombre postpascual partícipe de la gloria, de la majestad, del poder y de la divinidad de Dios. Porque, como dice la epístola a los Filipenses, porque murió en la cruz, "por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el 'Nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo- y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor! para gloria de Dios Padre". Esta es la verdad de la Pascua.

En virtud de su exaltación, pues, Jesús es ascendido a Kosmocrator, Pantocrator , "Señor del universo, emperador sobre vivos y sobre muertos" como dice Pablo a los romanos. "A él están sometidas todas las cosas, todo principado, potestad y dominación y cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro", lo hemos escuchamos en la segunda lectura. Y por eso en el Apocalipsis de Juan se le llama a Jesús 'Rey de reyes y Señor de señores'.

Digamos pues que la exaltación o ascensión -que hoy festejamos- no es sino uno de los aspectos, el más importante sin duda, de la resurrección, no algo distinto de ella. Solo Lucas las separa pedagógicamente mediante estos cuarenta días simbólicos, que en su teología no son sino el prolegómeno del tiempo de la Iglesia en el cual Cristo, aunque más presente que nunca a los suyos, ya no necesitará aparecerse más. Aún cuando, todavía cuatro años después, se haga ver por Pablo camino a Damasco y conserve siempre la potestad de aparecerse cuantas veces quiera y a quien quiera en la historia de la iglesia y de los santos.

Pero lo que quiere decir Lucas es que el período de las apariciones que debían fundar el testimonio sobre la Resurrección que nos transmitirían los apóstoles había terminado. Y que el Señor de ninguna manera se alejaba de su Iglesia, sino que inauguraba un estilo nuevo de presencia, mucho más íntimo y cercano que el de la mera visibilidad corpórea y mediante el cual todo cristiano, en cualquier lugar y espacio que estuviera en el futuro, sin necesidad de acceder a Jesús atravesando a codazos la multitud, como cuando estaba entre los doce en Palestina y sin pedirle audiencia, podríamos acceder a su cercanía y proximidad en la oración, en su Iglesia, en sus sacramentos.

Lo que hoy celebramos es precisamente ello, esa ruptura del límite del tiempo y del espacio, de lo meramente corpóreo y terreno, que permite que Jesús se haga presente a todos los instante de nuestra vida cristiana desde su adquirida condición divina.

La ascensión no es, pues, el comienzo de la ausencia ni de la lejanía sino, muy por el contrario, de un estar con nosotros distinto, constante y poderoso de Cristo en su manera señorial, glorificada, espiritual y al cual aún físicamente podemos acceder mediante los sacramentos.

Que en la fé, la esperanza y la caridad podamos sintonizar lo mejor posible, con las mínimas interferencias de mundo y de pecado, esta presencia que escapa aún a nuestras percepciones terrenas, hasta el día en que, también nosotros, transformados, elevados, metamorfoseados, podamos percibirla en todo su colorido, fragancia, belleza, majestad y gozo, en el cara a cara del cielo.

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