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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

21 de mayo de 2009

Iesus Christus 121 - Carta de los Padres del Seminario de La Reja


Visto y tomado de Radio Cristiandad




Cuarenta años de fidelidad

Seminario Internacional “Nuestra Señora Corredentora”

CARTA A NUESTROS FIELES DE LA PRIMERA HORA

QUERIDOS amigos:

Al final de esta carta les quedará claro, así cree­mos, por qué nos dirigimos a Ustedes, los más antiguos, y por qué nos referimos, contra nuestra costumbre, a sucesos que no sólo conciernen a la vida propia del Seminario. Un único fin nos mueve, hacerlos partícipes de la paz con que el Seminario ha vivido los últimos acontecimientos, pues sabemos que algunos de Ustedes mucho se han inquietado.

DOS ACONTECIMIENTOS, UNA ESTRATEGIA

A dos hechos nos referimos, al decreto sobre las ex­comuniones y a la pérdida de nuestro Director, Mons. Williamson. En cuanto al primero, les recordamos que se inscribe dentro de una simple estrategia planteada por la Fraternidad hace ya varios años. En el Año Santo del 2000 hicimos una peregrinación a Roma que alcanzó a mostrar ante las autoridades eclesiásticas el rostro verdadero y sincero de la Tradición. Nos permitimos decir que obró allí una gracia especial, pues desde entonces se hizo patente, aún para aquellos que no nos entienden ni nos quieren, el carácter católico de la gran familia de la Fraternidad.

A partir de ese momento, entre las autoridades romanas hubo quienes cambiaron de actitud respecto a nosotros, deseando insuflar en la atmósfera conciliar, contaminada por “el humo de Satanás introducido en el templo de Dios” (Pablo VI), un poco del aire fresco que percibían en la Tradición. Con prudencia enseñada por años de combate y que los acontecimientos posteriores nos muestran inspirada por Dios, nuestros superiores declararon ante Roma, con franqueza, cuál sería su estrategia. Primero y principal, no aceptar un arreglo disciplinar de nuestra situación si previamente no hay un esclarecimiento suficiente de los problemas doctrinales.

SOLUCIÓN CANÓNICA VS. DISCUSIÓN DOCTRINAL

Permítannos detenernos un momento en este punto, ciertamente fundamental, porque a muchos de Ustedes no se les ha explicado suficientemente lo que esto significa y basta comprenderlo para conservar la paz confiando en la Fraternidad. El católico liberal ve en la doctrina precisa y definida un obstáculo a la libertad y un factor de división —pues en la vida de la Iglesia las definiciones doctrinales fueron dejando en claro quiénes habían caído en herejía y quienes no—; por eso ha promovido el subjetivismo y la ambigüedad, buscando la unión de los hombres no en la doctrina sino en la “convivencia”, no en la fe sino en un “amor” sin verdad.

Este espíritu triunfó en el Concilio Vaticano II, y sus documentos ofrecieron la doctrina del catolicismo liberal de manera suficientemente indefinida como para que no choque frontalmente con los dogmas de la doctrina católica tradicional: una obra maestra de ambigüedad.

De allí en más, la jerarquía eclesiástica se embarcó en la moderna pastoral del “diálogo” y de la “convivencia”, que buscaría restañar todas las heridas que habrían causado las definiciones doctrinales del Magisterio anterior, excomulgando herejes y cerrando la boca a los neoteólogos.

Y el método para lograrlo, no sería otro que el utilizado en el mismo Concilio: Superar todas las diferencias doctrinales, ya sea con las comunidades separadas de la Iglesia, ya con los católicos en conflicto al interior, ya con los poderes políticos, por medio de formulaciones ambiguas que conformen a ambas partes y dejen de lado la cuestión doctrinal.

NUESTRA MISIÓN ANTE LA CRISIS

En este brumoso contexto, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, providencialmente fundada por Monseñor. Lefebvre, fue precisando poco a poco su misión. El amor de la vida de nuestro Fundador fue la Iglesia, y la crisis de Ésta su más vivo dolor. Y siempre supo lo que había que hacer por Ella: conservar el sacerdocio verdadero, porque la fe vive del Sacrificio eucarístico y no hay Eucaristía sin sacerdocio. Por eso, ante la caída de los seminarios, no pudo negarse a fundar Ecône. Pero las aceleradas etapas de la “autodemolición” posconciliar lo llevaron a profundizar el combate, comprendiendo con claridad que defender el sacerdocio verdadero exigía defender la Misa tradicional, lo que le valió la persecución y el aislamiento por parte de las autoridades eclesiásticas.

Mas la experiencia de este doloroso combate y — hay que decirlo— especiales luces de Dios, le hicieron comprobar que, para conservar el sacerdocio católico, tampoco bastaba conservar la liturgia católica, sino que era absolutamente indispensable aferrarse a la doctrina católica. Poco antes de morir, se retiró unas semanas para dejarnos por escrito lo que él consideraba que faltaba aclarar, y escribió su Itinerario espiritual en el que nos dice: aferraos a Santo Tomás. No hay Iglesia sin sacerdocio, no hay sacerdocio sin Misa, no hay Misa sin doctrina.

La Fraternidad fue fundada por Monseñor Lefebvre para la Iglesia, no para algunos fieles ni, menos, para ella misma. Y por eso promueve el sacerdocio. Y por lo mismo defiende la Misa tradicional. Y por la misma razón tiene como última finalidad, y en cierta manera principal — pues todas las otras se siguen de ésta— el mantener encendida la lámpara de la teología católica. Decimos la teología y no simplemente el dogma, porque la teología es el dogma explicado, aplicado y defendido.

DEFENSA DE LA DOCTRINA Y DENUNCIA DEL ERROR

Alguno podría pensar que ésta es una verdad de Perogrullo, pues todo católico debe defender la fe, más aún una sociedad sacerdotal. Pero si se piensa bien, descubrir esta misión ha sido para nosotros hasta casi una sorpresa, porque el sacerdote no es necesariamente un intelectual, y nuestra Fraternidad ha sido pensada para la acción sacerdotal y no para las disputaciones escolásticas.

De hecho, nuestra misión no consiste en la alta especulación, sino en defender la validez de la doctrina tradicional y denunciar el error. Esta es nuestra específica tarea en la neblina subjetivista que ha invadido la Iglesia, en la que se permite hasta ser tomista mientras no se excluya la sentencia contraria, pues haciendo esto se hiere la amable ambigüedad con la que el Concilio soñó cumplir el deseo de Jesucristo: Ut unum sint, que todos sean uno.

AL SERVICIO DE LA ROMA ETERNA

Volvamos, entonces, a nuestro asunto. Al negarse la Fraternidad a aceptar con Roma un acuerdo práctico sin esclarecer primero la cuestión doctrinal, plantea una estrategia puntualmente opuesta a la estrategia conciliar.

La dinámica de un acuerdo puramente práctico nos pone bajo las órdenes de quienes nos mandan la demolición de la fe de la Santa Iglesia, abrazando el modernismo; nos obliga a convivir con el error sin denunciarlo, lo que implica faltar a la confesión pública de la fe y comenzar ya a ser liberales.

Nosotros quisiéramos servir al Papa, pero para la construcción de la Iglesia y no para su destrucción; por eso nos aferramos a la pastoral de siempre de la Iglesia, cuya primera preocupación fue esclarecer la doctrina: “La primordial salud consiste en guardar la regla de la recta fe” (Concilios Constantinopolitano IV y Vaticano I). No nos pondremos al servicio de Roma —y hacerlo es nuestro mayor deseo— si Roma no vuelve a la Tradición, y para ello hay que desenmascarar primero las ambigüedades con que deliberadamente se han encubierto los errores modernos en los documentos del Concilio Vaticano II.

ROMA: ALGUNAS COMPROBACIONES

La experiencia nos ha demostrado la necesidad de obrar de esta manera. Como hemos visto, la revolución conciliar, que en un principio quiso acabar totalmente con el sacerdocio tradicional, ante la catástrofe que ella misma había causado fue cediendo en muchas cosas.

Primero aceptó los sacerdotes formados en la Fraternidad, pero exigiéndoles la nueva misa; luego los aceptó con la Misa, pero exigiéndoles la aprobación de la nueva doctrina; finalmente los aceptó con su Misa y su doctrina, mientras dejaran al menos de condenar los errores conciliares. Y hemos comprobado con dolor cómo aquellos de los nuestros que, tentados por las concesiones romanas, aceptaron cerrar la boca para disfrutar en paz de sus pequeños bienes, no sólo han dejado de luchar por el bien de la Iglesia, sino que van siendo absorbidos por el ambiente conciliar. Porque si se pretende sostener la doctrina verdadera sin condenar los errores contrarios, ya se está viviendo en el pluralismo teológico moderno.

LOS DOS PRESUPUESTOS PEDIDOS POR LA FRATERNIDAD

Como la intención de esta estrategia planteada por nuestro Superior General no buscaba el bien particular de la Fraternidad San Pío X, sino el bien común de la Iglesia universal, se agregaron dos condiciones muy precisas: la Fraternidad no emprendería con Roma el esclarecimiento de la cuestión doctrinal si antes no se daba libertad a todo sacerdote de celebrar la liturgia tradicional y si no se quitaba el decreto de excomunión que pesaba sobre nuestros Obispos.

El motivo de estos dos pedidos era evidente. La Fraternidad no los pedía para sí misma ni para sus fieles porque, por gracia de Dios, ha conservado la claridad respecto de la cuestión doctrinal, siempre supo que tenía el derecho y el deber de celebrar la liturgia tradicional y sostuvo desde el principio que las supuestas excomuniones eran absolutamente nulas.

Hicimos estos dos pedidos para que nuestro testimonio pudiera servir a los demás católicos que viven en la perplejidad, porque ante los ojos de ellos ¿cómo podía presentarse la Fraternidad a defender ante el Papa una doctrina que es el alma de la liturgia tradicional, si tanto esta liturgia como la misma Fraternidad no aparecían como rehabilitadas por el mismo Papa?

Además, para acercarnos a hablar, también nosotros necesitábamos que las autoridades romanas dieran señales convincentes de una mejor voluntad, que hasta el momento faltaba. De hecho, con el transcurso del tiempo, esas dos concesiones no dejarían de operar cambios en la actitud general de los perplejos, fieles y clero, respecto a nosotros. Y por último, como no era fácil que se diera lo pedido, no dejaría de servirnos como signos providenciales para obrar o esperar.

ANUENCIA DE ROMA

En su momento, la estrategia simple y recta propuesta por la Fraternidad ante las autoridades romanas pareció más bien una cortés explicación de por qué no queríamos aceptar un arreglo canónico de nuestra situación.

Porque, dada la fortísima oposición del clero en general a todo lo que sugiera un retorno a la Tradición, las dos condiciones parecían imposibles de cumplir y porque, hasta entonces, las autoridades romanas, embarcadas en la estrategia de la ambigüedad, se tapaban los oídos ante nuestros reclamos de esclarecimiento doctrinal.

Sin embargo, el tiempo de gracia no parecía cerrado. Fue elegido un Papa cuyo pensamiento, es verdad, es la personificación misma del pensamiento conciliar, pero que estaba seriamente preocupado por la crisis de la Iglesia, que de algún modo veía que esta crisis afectaba hasta las raíces de la fe, que reconocía entre sus causas la ruptura con la Tradición —aunque en una comprensión modernista, este es el reconocimiento principal—, que había declarado públicamente que la reforma litúrgica tenía parte de la culpa, y que había manifestado privadamente su deseo de arreglar la situación de la Fraternidad. Este Papa, contra todo lo esperado, terminaría aceptando —no sin resistencias y de manera parcial— todos los puntos de la propuesta de la Fraternidad.

EL MOTU PROPRIO SUMMORUM PONTIFICUM

Siempre tentándonos con acuerdos puramente prácticos cada vez más generosos —tentaciones en las que cayeron algunas comunidades amigas y algunos de nuestros sacerdotes, demostrando prontamente lo acertado de nuestro planteo—, en julio del 2007, en un insólito gesto de firmeza contra la explícita oposición de la mayoría del episcopado mundial, el Papa promulgaba el Motu Propio Summorum Pontificum, por el que reconocía que el Misal de San Pío V nunca había sido abrogado y dejaba en libertad a todo sacerdote para seguir en privado la liturgia tradicional.

Cuando el desgaste sufrido por la Santa Sede ante la resistencia a esta medida hacía suponer que se dejaría pasar el tiempo antes de seguir adelante, apenas transcurrido un año Benedicto XVI atendía nuestro segundo pedido, quitando el estigma de las supuestas excomuniones que pesaban, ante la opinión pública, sobre nuestros Obispos.

Al mismo tiempo, faltando horas para la publicación de este acontecimiento, Roma volvía a urgirnos la firma de un compromiso en términos generalísimos por el que reconociéramos la autoridad del Papa y de los concilios, compromiso totalmente aceptable para el católico más estricto si se lo consideraba aisladamente en sí mismo, y que despejaba el camino para un arreglo canónico de la Fraternidad.

Consciente de la gran responsabilidad que implicaba la respuesta, no tanto —repetimos— respecto al bien particular de la Fraternidad, a la que le es más seguro seguir a distancia del ambiente posconciliar, sino mirando el bien común de la Iglesia, luego de pedir consejo, nuestro Superior general volvió a reafirmar la estrategia de la Fraternidad: No haremos ningún compromiso ni aceptaremos ningún acuerdo práctico hasta tanto no se esclarezca la cuestión doctrinal.

Es así que, a pesar del increíble escándalo que la astucia de ocultos enemigos supo armar en torno a la decisión papal, conmoviendo no solamente los ambientes eclesiásticos sino los mismos poderes políticos, en una reciente Carta valiente y sincera —esto al menos puede decirse de ella—, el Papa ha reafirmado su voluntad de acercamiento con la Fraternidad y, ahora sí, aceptando nuestra exigencia fundamental de la discusión doctrinal, en razón de lo cual asocia la comisión encargada de tratar con nosotros a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

DAVID VS. GOLIAT

¿Quién es la Fraternidad para atreverse a combatir en el terreno intelectual contra la poderosa Curia romana? David contra Goliat. Somos concientes de nuestra humana fragilidad, de la escasez de nuestros recursos frente a la capacidad de acción del Vaticano.

Sabemos también que no sólo nos enfrentamos con las astutas instituciones romanas, sino con los poderes oscuros que obran por detrás, porque “no es nuestra lucha contra la carne y la sangre” (Ef. 6, 12). Ya hemos oído un rugido de este león con el asunto de las excomuniones.

Siempre hemos sabido que el día que Dios permita que la Tradición vuelva a brillar en la Iglesia, se desatará la persecución. Pero ¿podemos dudar del éxito de nuestra misión si vamos en nombre de Jesucristo? “Tú vienes contra mí con espada, lanza y escudo; pero yo salgo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos” (1 Samuel 17, 45).

¿EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO?

Queridos fieles de la primera hora, nuestros hijos mayores, en estos precisos momentos en que los Padres que los han asistido desde hace ya cuarenta largos años se aprestan a dar una batalla tanto tiempo esperada, en que tanto hace falta apretar filas y ensanchar el corazón en el amor a la Iglesia, cuando ya podemos alegrarnos del regreso de los primeros hijos pródigos al Banquete eucarístico que Ustedes mismos ayudaron a conservarles en su rito de siempre, en momentos que deberían ser de confianza y de alegría, ¿qué les ocurre? Como en la parábola, muchos de Ustedes se han llenado de desconfianza y de inquietud. No dejamos de comprender sus motivos y por eso quisiéramos decirles con sencillez:

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; pero era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 31).

¿Por qué se inquietan? Han visto caer a sacerdotes tan firmes como los Padres de Campos, el querido Padre Muñoz con su Oasis, Padres prestigiosos de la Fraternidad que fundaron el Buen Pastor, y todos ellos han dejado el buen combate por entrar en tratos con Roma. ¿Por qué no temer que la Fraternidad termine en lo mismo si se lanza por el mismo camino?

Pero después de lo dicho ya pueden comprender que todos los mencionados cometieron el error que la Fraternidad, desde el principio, quiso evitar: hicieron un acuerdo práctico sin atender primero a la cuestión doctrinal. Como habíamos previsto, comenzaron por faltar a la grave obligación de denunciar los errores conciliares y terminaron por aceptarlos ellos mismos en menor o mayor medida.

RETICENCIAS DEL HIJO MAYOR

Nacida la desconfianza, se hace difícil ponerle límites. Algunos de entre Ustedes han llegado a decir: La Fraternidad anuncia el gran combate doctrinal, pero Roma no le habría hecho tan grandes concesiones si no existiera un acuerdo secreto. Más allá de la tristeza que nos causan tan injustos temores —porque después de tantos años de sostener con nobleza el combate de la Tradición, tan fácilmente creen a nuestros Superiores capaces en bloque de tanta hipocresía—, les recordamos que la estrategia de la Fraternidad fue planteada ya en el año 2000. Desde entonces, no sólo no nos hemos callado sobre la denuncia de los errores del Vaticano II, sino que, como lo anunciamos, redoblamos nuestro esfuerzo para ir preparando las posibles discusiones doctrinales. En febrero del 2001, Monseñor Fellay dirigía a Juan Pablo II un estudio de la Fraternidad sobre El problema de la reforma litúrgica, donde se iba al fondo dogmático de los errores de la nueva misa.

En enero del 2004 se presentaba ante Roma otra fortísima denuncia, Del ecumenismo a la apostasía silenciosa, acompañada de una carta a los Cardenales firmada por todos nuestros Superiores y Obispos.

Del 2002 al 2005, la Fraternidad organizó en París unos Simposios sobre el Vaticano II, de los que han sido editados cuatro gruesos volúmenes de trabajos muy fundados y profundos. El Seminario puede decirlo porque sus Padres han participado en ellos.

A esto hay que sumarle los Congresos anuales de Sí Sí No No, los artículos de la revista de los dominicos de Avrillé, Le sel de la terre, y tantos otros libros y artículos salidos aquí y allá. No siempre nuestros fieles están al tanto de todo esto, pero Roma sí. Decir que los contactos con Roma desde el año 2000 han llevado a dejar o disminuir nuestro combate doctrinal contra los errores del Concilio es casi ridículo.

ROMA Y LA SALETTE

Otra inquietud que se escucha. Si la Virgen nos ha dicho en La Salette que Roma será la sede del Anticristo, ¿por qué ir a ella? Roma está ganada por el modernismo y con esta herejía no se puede discutir; no se puede pretender convertirla a fuerza de argumentos. Buscar la alianza con la Roma revolucionaria es cometer un error semejante a la alianza o “ralliement” que hicieron algunos Papas con las repúblicas nacidas de la revolución. No puede pactarse con un enemigo que lo único que busca es nuestra total extinción.

Queridos fieles, esta es una manera humana de pensar que va contra la fe. Jesucristo construyó su Iglesia sobre el Papa: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La promesa de Cristo sobre la indefectibilidad de la Iglesia es también una promesa sobre el papado, de manera que, tarde o temprano, Pedro tendrá que convertirse y confirmar a sus hermanos (Lc. 22, 32). No había ciertamente ninguna necesidad de plegarse al sistema republicano, pero el Papa no es opcional. Hay que estar atentos a lo que pasa con él, pues no habrá verdadera solución de la crisis de la Iglesia hasta que no salga de Roma.

Nunca hay que juzgar la dificultad de una empresa de fe mirando las voluntades humanas sino sólo la divina, pues para Dios no hay imposibles. Y sobre todo, nunca hay que dejar de obrar por creer próximo el fin del mundo. Cuándo sea ese momento, no lo sabemos: “Velad, pues, vosotros, ya que no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mt. 24, 42).

Y Santo Tomás nos advierte que de los dos errores, es más peligroso el decir que ya está viniendo a decir que falta mucho, porque pasa el tiempo y se puede perder la fe: “Yerra más peligrosamente quien dice que Cristo viene pronto y que insta el fin del mundo” (Comentario a San Mateo).

PRUDENCIA DEL LENGUAJE

Otro asunto imposible de manejar cuando el propio rebaño se vuelve arisco —perdonen los términos pero, en confianza, es lo menos que algunos de Ustedes se merecen— es el de las comunicaciones. Dada la condición humana, es inevitable usar un lenguaje distinto para distintos interlocutores, lo que no implica necesariamente esquizofrenia o hipocresía. Miente ciertamente quien dice a uno blanco y al otro negro, pero no aquel que dice a uno “es blanco” y a otro solamente “no es negro” o, por dar un ejemplos más al caso, decir a unos “este concilio es malo” y a otros solamente “sobre este concilio tenemos reservas”.

No siempre se puede decir a todos la verdad completa, pero eso no quiere decir que no se la sostenga. ¿Acaso peca el teólogo que deja de lado la fe para discutir con el incrédulo en el terreno de la apologética? Nuestro Señor mismo habló con acertijos a los fariseos, con parábolas al pueblo y sólo a sus discípulos con la verdad completa: “¿Por qué les hablas en parábolas? Y les respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos no” (Mt 13, 11). Aquel que al abrir la boca dice todo lo que piensa, no faltará ciertamente a la sinceridad, pero sí a la prudencia y a la caridad.

Ustedes ya se dan cuenta por qué decimos esto. Cuando nuestros Superiores tienen que dirigirse a Roma o hacer declaraciones a la prensa, no pueden hablar con la misma claridad con que se expresan en nuestras propias publicaciones o en nuestros púlpitos. Es una necedad juzgar lo que piensa la Fraternidad por una entrevista periodística. Ni tampoco se puede exigir —más en estos tiempos en que todos, los ajenos y los nuestros, padecen de fiebre informativa— que a cada declaración ad extra le siga una explicación ad intra. Si confiaran más en sus Padres — y nos sentimos con derecho a pedirlo— no lo necesitarían.

UNA FIDELIDAD DE CUARENTA AÑOS

Quizás convenga aplicar lo dicho a un caso más concreto, porque hasta alguno de nuestros sacerdotes se ha inquietado con ello.

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X agradeció a Roma el decreto sobre las excomuniones, siendo que éste no las declaraba nulas por injustas, como hubiera debido, y a algunos les parece que así ha dado a entender que las considera válidas. Sería cierto si esta fuera la única vez que la Fraternidad se hubiera manifestado respecto a este asunto, pero no sólo las declaró nulas desde el principio y mil veces lo ha repetido, sino el accionar mismo de la Fraternidad lo declara a voz en cuello.

¿Cómo podríamos sostener nuestra actitud ante Roma y la Iglesia si nos consideráramos nosotros mismos excomulgados y fuera de Ella? Pero es también evidente que las autoridades romanas no van a reconocer todavía que Monseñor Lefebvre consagró nuestros Obispos por el bien de la Iglesia. Les agradecimos que nos hubieran dado lo poco que podían darnos, y tanto ellos como nosotros entendemos lo que decimos.

Los únicos que pueden creer que la Fraternidad se ha arrepentido son los católicos perplejos, que no entienden nada de nuestra posición. Pero justamente con ellos hay que tener paciencia, y no indignarse cuando ingenuamente se acercan a nuestros altares “ahora que volvimos a la Iglesia”. Pueden dar ganas de aporrearlos, pero ¿acaso no hemos combatido también por ellos?

No caigan en los celos de los viñadores de la parábola, que se quejaron al Dueño porque a los últimos venidos se les pagó lo mismo: “Estos postreros han trabajado sólo una hora, y los has igualado con los que hemos llevado el peso del día y el calor” (Mt. 21, 12). Que nuestro celo no se vuelva amargo, pues bien puede cumplirse lo que allí advierte Nuestro Señor, que los últimos venidos a la Tradición terminen siendo primeros en el Corazón de Dios.

NUESTRA CORTESÍA CON LA SANTA SEDE

Aclaremos, por fin, otro aspecto del lenguaje que ha sido ocasión de críticas. Es muy cierto que la herejía modernista es deshonesta en sí misma, pues disfraza de cordero sus lobunos sofismas para no ser expulsada del rebaño de Cristo. Pero no necesariamente todos los modernistas son deshonestos, pues sólo Dios sabe cómo fueron envueltos en esas sutiles mentiras. De allí que uno pueda discutir clara y fuertemente con ellos, pero sin faltarles el respeto. Como dice el refrán, lo cortés no quita lo valiente.

Y lo que vale para todos, vale más para el Papa, por doble motivo: por la santidad de su oficio y porque en cierta manera se ha mostrado digno.

Por eso, cuando la Fraternidad agradece al Papa el motu proprio sobre la Misa y el decreto sobre las excomuniones, actos ciertamente valientes en el contexto en que han sido puestos, no quiere decir que todo lo que hace el Papa nos parezca ahora bueno, ni que los mismos actos que agradecemos los consideremos buenos en todos sus aspectos. El Papa bien lo sabe ¿y Ustedes no? No se combate menos entre caballeros que entre rufianes, pero aquellos son capaces de matarse con estima y con respeto.

LA PAZ. LA TRANQUILIDAD DE CONCIENCIA

Queridos amigos, ¡no se inquieten tanto por lo que viene! Es de esperar que en Roma no les guste nada lo que la Fraternidad tiene para decir y pongan trabas a nuestro testimonio. Pero no les será fácil, pues nos han rehabilitado ante los católicos perplejos como interlocutores y han anunciado la discusión. De todos modos, hemos guardado la más completa libertad de expresión, pues no nos hemos comprometido a otra cosa más que a hablar. En el peor de los casos, que nos vuelvan a excomulgar. Sacudiremos el polvo de nuestras sandalias y volveremos a esperar las providenciales indicaciones de Nuestro Señor.

LA PÉRDIDA DE NUESTRO DIRECTOR

El otro acontecimiento al que nos queríamos referir, y que afectó al Seminario de manera más particular, pues llevó a que perdiéramos nuestro Director, es más delicado de tratar y por eso haremos una única observación. Se puede buscar la verdad en diversos campos y de diversos modos, más hoy cuando todo está puesto en discusión. Un fiel cristiano puede procurar que brille la verdad en el terreno científico, político, histórico, de las costumbres, de la salud, siendo diverso en cada caso el grado de certe­za con que se pueda alcanzar la verdad.

Nuestros mismos Padres pueden haber traído, de su preparación intelectual o profesional anterior, diversos intereses de este tipo y aún dejarles cierto lugar en sus lecturas como sacerdotes. Pero el combate de la Fraternidad no es propiamente ninguno de éstos, sino el de defender la Verdad revelada a la luz de la fe. Como dijimos, nacida para la Iglesia, la Fraternidad tiene como misión combatir en el terreno teológico, más en particular, tiene la misión de sostener el Magisterio tradicional y denunciar los errores modernos infiltrados en la Iglesia.

EL ÚNICO COMBATE

Ahora bien, este combate no es solamente el principal, ya que la teología es la ciencia más alta y más cierta, pues se apoya en la veracidad de Dios, sino que es además el único del que sabemos que triunfará. Porque las únicas verdades capaces de triunfar sobre el poder tenebroso del demonio son las proferidas por Nuestro Señor. Sólo Él es Luz del mundo, sólo la Doctrina revelada tiene la potencia para triunfar sobre la mentira diabólica. Por eso la Fraternidad no entra ni debe entrar en ningún debate que no tenga que ver directa y estrechamente con las verdades de fe. Fuera de ello no será asistida por la fuerza de lo Alto.

De allí que nuestro Superior General tenga pleno derecho —pues tiene la obligación— de prohibir a todo miembro de la Fraternidad el entrar en discusiones fuera del ámbito de la fe. Un capitán, por valiente que sea, no debe dejarse arrastrar a otros combates distintos del que emprendió su General, y en este caso, el General al que nos referimos no es el Superior de la Fraternidad sino el mismo Jesucristo. Nuestro Señor no les encomendó a sus Apóstoles que enseñaran todo lo que se puede enseñar, sino sólo lo que Él les había dicho.

Hemos tenido un capitán al que el Seminario le debe muchas cosas y le está muy agradecido, pero que en un asunto ajeno a sus intereses como director y como obispo se dejó llevar más allá de lo debido, y no faltaron enemigos poderosos que supieron sacar partido del desliz, causando serios daños a la obra de la Fraternidad.

Se hizo necesario disponer que dejara su cargo. Pidió perdón y sufrimos todos en paz las consecuencias.

Que nadie vea en lo ocurrido una debilidad de la Fraternidad, sino solamente la clara conciencia de su misión.

SUB TUUM PRÆSIDIUM

Sólo nos queda recordarles que quien nos lanzó en este gran combate fue Nuestra Señora del Santo Rosario, la misma que ganara en Lepanto y en tantas otras guerras.

Como hizo antes con su Hijo en las bodas de Caná, también a nosotros parece haber querido adelantarnos la hora, pues quién sino Ella podía ordenar al Papa: “Haced lo que os dicen”.

No sabemos lo que siga, si haya que esperar más o la crisis vaya a peor, pero no hay por qué descartar aún el milagro de que se convierta el agua en vino.

Al final, el Inmaculado Corazón triunfará. No pierdan la paz.

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