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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

21 de mayo de 2009

Testigo de Cargo




por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez


Visto y tomado del Blog de Cabildo





LA ESPERANZA GUARDADA EN UNA CAJA


propósito del último criminal masivo (un estudiante alemán que liquidó a quince personas) La Nación del 12 de Marzo pasado publicó un artículo que me arriesgo a calificar de importante. ¿Por qué tal calificación y tal riesgo? Porque lo importante aquí es el tema. El artículo en si es de una pobreza desalentadora. Pero a su vez esa pobreza se convierte en importante en cuanto es síntoma de nuestro tiempo.


Bueno, basta de estos circunloquios que marearán hasta a mis más fervorosos lectores y al grano. El artículo se titula “El resultado de un cóctel con efectos devastadores” y lo firma un Andrés Mega (pavada de apellido) que es médico psiquiatra y presidente de Millenium, Fundación Psiquiátrica. Y el temita se las trae. Según don Mega se trata nada menos que de responder a “la pregunta del millón” que es, a la luz de los asesinatos germánicos (que por una vez no son nazis) “¿qué está pasando en este planeta?”. Comienzo coincidiendo con él. Es la pregunta del millón y aún de los miles de millones que están en juego en las “ayudas” que tan generosamente prodigan los Estados para detener la crisis económica. Es la pregunta que, modestamente, tratamos de responder en esta sección desde hace diez años.


Veamos la respuesta del psiquiatra. Primero, no hay una sola causa de lo que está pasando. (En esto coincidimos). Segundo, se trata de un “cóctel” de causas.(hasta aquí seguimos bien). Tercero, ese cóctel se prepara con: 1) familia disgregada; 2) exposición a las drogas y al alcohol; 3) trastornos de la personalidad; 4) fácil acceso a armas y medios letales; 5) desesperanza.


El diagnóstico no es totalmente erróneo, es sobre todo pobre, insuficiente y un poco confuso. Dejemos de lado lo de los “trastornos de la personalidad” con los que Mega rinde tributo a su profesión. Aquí lo verdaderamente importante es la “desesperanza” pero no la falta de perspectivas económicas o laborales (nadie las adujo en el caso del joven alemán) sino la quiebra de la virtud teologal con la que el cristianismo elevó a la simple expectativa de futuro.


Pandora dejó escapar todos los males que acechan a los hombres del ánfora en que estaban guardados pero dejo metida en ella a la esperanza. El cristianismo la sacó de su encierro y la convirtió en la clave de nuestras vidas. El mundo moderno la volvió a encerrar, pero ahora en una caja e hizo de ella de nuevo una modesta ilusión sobre el futuro .Pero no pudo encerrar en la misma caja a la muerte y ésta quedó como la pared en la que se estrellan todas las esperanzas mundanas.


La clave de la virtud cristiana es que se proyecta más allá de la muerte y la derrota. Por eso mueren alegres los mártires: es la esperanza la que abre en la pared de la muerte la puerta de entrada a la eternidad. Es así – y sólo así – que el hombre deja de ser una “pasión inútil” y su vida ya no es más “un instante de luz entre dos sombras” (Sartre dixit)..


Y si, la sociedad actual está enferma de desesperación y no sería mal diagnóstico el de Mega si diera a la esperanza su sentido cristiano. Pero por muy mega que sea no le da para tanto. El quiere decir que la juventud actual percibe que “sus referentes mayores tiemblan al ritmo de la economía global y perciben una sensación similar a la del fin de los tiempos” lo cual no sirve para iluminar el futuro.


Lo peor es que el único futuro seguro que los jóvenes (y los viejos) tenemos es la muerte. Y es ella la que mata todas esas esperanzas devaluadas y guardadas en una caja prolijamente forrada, como de aula preescolar. No es la humedad la que mata, digan lo que digan los porteños. Lo que mata es siempre la muerte pero a unos los aniquila y a otros nos abre la puerta hacia la Vida.


REMEDIOS


Pero donde el artículo de Mega derrapa definitivamente es cuando llega a las posibles soluciones para evitar que el “cóctel de efectos devastadores” nos mate a todos. Se pregunta si “se puede hacer algo al respecto” y se contesta que si, “por ejemplo, apagar la televisión a la hora de cenar”, excelente consejo si se le quita la restricción horaria. Y “mirar a los hijos a los ojos y tratar de saber cómo les va”, cosa que requiere un “cambio previo de los padres para abrir los oídos y el entendimiento”. Todo lo cual es impecable, pero el mismo Mega advierte que es también insuficiente porque concluye “indudablemente no estamos dando un mensaje muy esperanzador” por más que agregue que “la clave es la prevención que se hace en la casa, la escuela, en el trabajo y el medio social…pero esencial y fundamentalmente insertando mensajes de esperanza para disipar el invierno del descontento de tantas personas en el mundo”. El intelectual orgánico que es Mega no pudo evitar un guiño literario en el final, citando a Shakespeare (“the winter of our discontent”). Pero lo importante es que se da cuenta de lo minúsculo que es su remedio a la crisis.


Porque aquí la cuestión es otra. La pregunta del millón es una muy distinta de la que se imagina Mega. Reza así: ¿Puede el hombre matar a Dios y pretender que no pase nada?


El inventor de la idea de la “muerte de Dios” lo advirtió con meridiana claridad. Don Federico Nietzsche contestó a esa pregunta en “La Gaya ciencia” con unas palabras que hemos citado más de una vez: “¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Adónde la llevan los nuestros? ¿Caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada?”


Si yo no fuera cristiano encontraría sentido a estas palabras basándome en el todavía pertinente análisis de Comte: las sociedades necesitan una religión porque es parte de la estructura social y le agregaría lo de Chesterton: cuando los hombres dejan de adorar a Dios terminan adorando cualquier cosa. De modo que podría afirmar que el problema no es que el mundo moderno no tenga religión. La tiene, como cualquier sociedad pero es la más necia, superficial y frívola de las religiones. Es la New Age mezclada con el feminismo, la “ideología de género” y una pizca de cientificismo. Ese sí que es “un cóctel con efectos devastadores”.


LOS HIJOS DE LA MENTIRA

Qué tiempos aquellos —fines del siglo XIX— cuando los zurdos eran unos santones laicos cuyo argumento contra la Iglesia era que no necesitaban agua bendita para ser virtuosos. En 1978, al cumplirse un siglo de su fundación, el Partido Socialista español (todavía sin responsabilidades de gobierno) ostentó sus “cien años de honestidad”.

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Para leer el artículo completo, (enfáticamente recomendado) haga click sobre la imagen del autor.

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