Nada rigurosamente histórico. Los cuatro, evangelios canónicos, con su sobriedad característica, guardan absoluto silencio sobre los padres de María. Ni siquiera sus nombres nos han transmitido.
Si algo queremos saber acerca de ellos tendremos que acudir a los evangelios apócrifos, ingenuos relatos urdidos por la imaginación fervorosa de los primeros cristianos para completar con ellos los silencios de los evangelios canónicos. En estos escritos —no reconocidos por la Iglesia como revelados— resulta difícil entresacar la verdad del error, aunque bien pudiera ser que gracias a ellos haya llegado hasta nosotros algún dato auténtico silenciado por los cuatro evangelistas. Así, pues, con ingenua sencillez de niños, escuchemos lo que los apócrifos nos han transmitido acerca de la santa mujer que mereció ser la madre de Nuestra Señora y la abuela de Nuestro Señor.
Vivía en aquellos tiempos en tierras de Israel un hombre rico y temeroso de Dios llamado Joaquín, perteneciente a la tribu de Judá. A los veinte años había tomado por esposa a Ana, de su misma tribu, la cual, al cabo de veinte años de matrimonio, no le había dado descendencia alguna.
Joaquín era muy generoso en sus ofrendas al Templo. Un día, al adelantarse para ofrecer su sacrificio, un escriba llamado Rubén le cortó el paso diciéndole: "No eres digno de presentar tus ofrendas por cuanto no has suscitado vástago alguno en Israel".
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Para leer la hagiografía completa, más las de Santas Bartolomea Capitanio y Vincenza Gerosa, Vírgenes, haga click sobre la imagen de la Vírgen, Santa Ana, el Niño y San Juan Bautista, de Leonardo da Vinci.
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