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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

30 de julio de 2009

La secularización y el nuevo monofisismo



por el Dr. Alberto Caturelli


Tomado de Mikael
Revista del Seminario de Paraná

Primer cuatrimestre de 1974





1. Secularización y crisis de la sensatez


n el seno mismo de la Iglesia se ha instalado la negación destructora y autodestrucíora; "en sus mismas venas", como ha dicho San Pío X, se desliza la iniquidad. Este proceso de secularización ha amenazado siempre a la Iglesia, aunque jamás como ahora pues ha llegado a su máxima radicalidad; en efecto, recordemos el caso misterioso de Judas que no espera el humilde Cordero que muere por la redención de sus ovejas, sino el detentador del poder terreno que restaurara la grandeza secular de Israel; Judas, como muchos doctores de Israel, desea el poder inmanente al tiempo de su historia que permita la "liberación" del pueblo judío oprimido respecto del opresor romano. No es necesario esperar a la falsedad de la dialéctica Siervo-Señor de la Fenomenología del Espíritu, pues los judíos carnalizados en cierto modo ya la conocen; y en cuanto Cristo declara que su "reino" no es de este mundo, le odian absolutamente y por eso traman su muerte. En nombre de la inmanencia del reino de Israel terreno, rechazan la trascendencia del Reino del Israel del espíritu.

Pero hoy, en las mismas venas de la Iglesia se ha instalado esta reversión o este intento de reversión de la Iglesia hacia el mundo; esta vez, sin embargo, el intento es sistemático, total, absoluto. Como efecto del llumimsmo, el hombre intenta explicarlo todo por la razón, y el hombre inmediatamente posterior percibe que entre Dios Trascendente y su propia vida en el mundo, puede existir un ámbito de autosuficiencia en el cual Dios no tiene nada que hacer; el hombre de la conciencia burguesa comprende que este mundo y sólo este mundo es su mundo sin ninguna referencia inmediata al "otro" mundo; pero el hombre burgués (como el marxista de hoy) se equivoca porque no percibe que para el Cristianismo (al cual él todavía no ha renunciado) no hay oposición entre "este" mundo y el "otro", ni existe una suerte de opción entre un mundo de "aquí" y otro mundo (alienante, dirán los marxistas de hoy) situado "más allá"; pues uno se explica por el otro y el otro funda al primero. Tanto el burgués como el marxista confunden los planos, pues el cristiano, cuando habla del espíritu del mundo no "enfrenta" uno y otro mundo, sino que habla del ámbito existencial del pecado en la inmanencia del tiempo sobre el cual tiene cierta potestad el "padre de la mentira". Pero hay más: así como hay un proceso que, con toda coherencia, va del hombre burgués al hombre marxista, del mismo modo este proceso se comporta como una progresiva apostasía de la fe; el hombre burgués aún conserva por lo común su fe cristiana (por eso envía a sus hijas al colegio religioso pero es ateo de hecho en sus negocios); en cambio, el hombre marxista es radicalmente ateo y ha rechazado totalmente el contenido de la fe cristiana; empleo aquí la expresión apostasía en una gradación de sentidos que empleó ya Santo Tomás: En efecto, la apostasía se presenta, para el Aquinate, en un primer momento, como el rechazo de la religión, o de las órdenes sagradas, o de la sujeción a los preceptos divinos (de hecho es lo que hace el hombre burgués que sigue creyendo que Cristo es Dios pero ni le confiesa públicamente ni cumple totalmente los preceptos divinos); estos modos de apostasía no llegan a ser verdadera y formal apostasía mientras se conserve la fe. Pero, cuando se rechaza la fe misma y todo su contenido, se logra la apostasía absoluta y "per se" a la que Santo Tomás llama también perfidia (1).
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