por el Dr. Antonio Caponetto
Tomado del blog de Cabildo
espués de la pateadura electoral recibida el 28 de junio que —como en los peores circos— padeció el payaso en ambas nalgas hasta caer desdorosamente de bruces; después incluso de la frustra cuanto burlesca incursión punitiva de Cristina contra los golpistas hondureños, sólo comparable en ridiculez al presunto rescate de Betancourt entre la selva colombiana, protagonizado por Néstor; después de tanta porcina a que no puede bastar cuenta cierta —como dirían las coplas de Manrique— el oprobio mayor de la dupla kirchnerista fue la noticia del escandaloso incremento de sus riquezas, calculado en cifras siderales precisamente durante estos últimos años de manejo incondicional del poder.
Centremos el hecho en sus justas medidas. Lo que hace abominable la fortuna de estos personajes no es la riqueza en sí misma, que podrían tener legítimamente y disponer con generosidad encomiable, sino la sumatoria de al menos tres factores, a cual más ignominioso.
El primero es la certeza de que en el origen y en la acumulación de tanto capital se dan cita la rapiña, la usura, la codicia descontrolada y los negocios turbios, exitosamente consumados por el uso privado de los controles públicos.
El segundo es el cinismo cruel, propio de las tiranías, de declamar una política inclusiva, en pro de los necesitados o menesterosos y contraria a todo atropello imperialista, mientras la vida que llevan los tales declamadores ya no es la propia de prósperos burgueses sino la de impunes y reincidentes ladrones.
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Centremos el hecho en sus justas medidas. Lo que hace abominable la fortuna de estos personajes no es la riqueza en sí misma, que podrían tener legítimamente y disponer con generosidad encomiable, sino la sumatoria de al menos tres factores, a cual más ignominioso.
El primero es la certeza de que en el origen y en la acumulación de tanto capital se dan cita la rapiña, la usura, la codicia descontrolada y los negocios turbios, exitosamente consumados por el uso privado de los controles públicos.
El segundo es el cinismo cruel, propio de las tiranías, de declamar una política inclusiva, en pro de los necesitados o menesterosos y contraria a todo atropello imperialista, mientras la vida que llevan los tales declamadores ya no es la propia de prósperos burgueses sino la de impunes y reincidentes ladrones.
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